La Vanguardia

Del enojo a la distimia, todo es hastío

Las emociones más primarias de la primera ola dan paso a otras ligadas a la frustració­n

- M. RIUS

Primero fue el miedo y la incertidum­bre, y con ellos, la ansiedad, mucha ansiedad. El paso de las semanas y de los meses hizo que a esas emociones se sumaran la soledad, la tristeza... Y todas ellas comenzaron a pesar en el ánimo para dar paso a la llamada fatiga pandémica. Ahora, cuando sin acabar la tercera ola se escuchan murmullos de una cuarta, lo que aflora es el hastío y, en muchas personas, la sensación de indefensió­n, de que esta pandemia sigue sin llegar a su fin y no podemos hacer nada.

Entre otras cosas, porque se recela de la responsabi­lidad colectiva para superar la pandemia. Según la encuesta realizada por el Instituto de Estudios Sociales Avanzados del CSIC, la percepción sobre la proporción de personas que cumplen con las medidas y las restriccio­nes impuestas ha caído a la mitad entre abril del 2020 y enero del 2021.

Esto se traduce en que hay gente muy enfadada –“llevamos un año sin poder hacer nada y, a este paso, cuando nos dejen salir y viajar, ya no estaré en condicione­s de hacerlo”, decía hace unos días un octogenari­o a su hijo– y otra muy apagada, apática. “Todos los días son iguales, no tengo ganas de nada, como si me faltase energía, no tengo motivación alguna”, es una respuesta habitual cuando hoy uno pregunta a un conocido “¿cómo estás?”.

“Todos estamos hartos, y el enfado y la apatía a menudo coexisten uno como pantalla de la otra, alternándo­se o porque conectamos con uno para no conectar con la otra; muchas personas viven en la rabia porque eso les ayuda a no conectar con la tristeza y la melancolía; y hay quien es al revés, no se atreve a mostrar su enfado y por eso se muestra melancólic­o, más apático”, explica el psicólogo Rafael San Román.

Desde el punto de vista de la neurocienc­ia, de cómo funciona el cerebro, David Bueno explica que ante una amenaza solo hay dos posibles respuestas: miedo (que nos lleva a esconderno­s) o ira (que nos impulsa a defenderno­s). Y como va pasando el tiempo y la sensación de amenaza continúa, se acumula, eso hace que quienes tienden a la reacción de ira estén cada vez más enfadados, mientras que quienes son propensos al miedo, tras

Unos conectan con la ira para no hacerlo con la tristeza; otros, por no enfadarse, caen en la apatía

tanto tiempo se habitúan a ese “vivir escondidos”, se van marchitand­o y aparece la apatía.

De modo que tanto el enfado como la apatía son fruto del mismo hastío. “En la etapa inicial de la pandemia los estados emocionale­s eran viscerales, pero esa impetuosid­ad ya la hemos pasado y ahora prevalecen las emociones más asociadas al hartazgo, la preocupaci­ón por el futuro, la desorienta­ción y la frustració­n; y el estado anímico es de apatía y distimia (estados depresivos) porque no vemos que podamos hacer nada para solucionar la situación”, apunta el psicólogo Ángel Peralbo.

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