La Vanguardia

“Te quiero aún” (Manolo y Piedad)

El presunto asesino de los abuelos de la Bordeta vendió las joyas de ella al día siguiente del crimen

- MAYKA NAVARRO

Alguien escribió a mano: “Nuestros vecinos ya podrán descansar en paz”. En el papel se podía leer también la noticia de la detención del hombre que presuntame­nte mató en agosto del 2019 a una pareja de ancianos que llevaba más de 30 años viviendo en ese bloque. El folio apareció colgado en el rellano, justo al lado de la puerta principal, y cada vez que la trabajador­a que cuida de la vecina del primero sale a la calle, echa un vistazo a la nota y se santigua.

Manuel Rodríguez Blanco y Piedad Merino Urgell vivían solos en el sexto del número 34 de la calle Mossen Amadeu Oller de Barcelona. El 24 de agosto del 2019 una patrulla de la Guardia Urbana accedió a la vivienda con la copia de las llaves del hijo. El hombre había estado de viaje en el extranjero con sus dos hijas y la última vez que había hablado con su padre fue el 8 de agosto. Los vecinos del rellano fueron los que alertaron a la policía. Hacía demasiados días que no sabían nada del matrimonio, no se oía ningún ruido ni voces al otro lado de la puerta y nadie atendía al teléfono ni al timbre. Además, empezaba a sentirse por el patio de luces y en la escalera un olor intenso y desagradab­le.

La Guardia Urbana localizó al hijo, que se acercó con sus llaves. La puerta del piso estaba cerrada solo de un golpe y dentro se había ido la luz. Eran las once y media de la noche. Los dos policías accedieron al interior y con la ayuda de unas linternas descubrier­on los cuerpos sin vida de los abuelos en el suelo del comedor. Horas después, el forense determinó en la autopsia que la pareja había sido asesinada de múltiples puñaladas. El grupo de homicidios de los Mossos d’esquadra de Barcelona se puso manos a la obra.

La casa no tenía apariencia de haber sido registrada para robar. Tampoco los abuelos guardaban más dinero que el necesario para las compras de la semana. Manuel y Piedad llevaban toda la vida en el barrio de la Bordeta. Ella había sufrido un ictus y padecía las consecuenc­ias de algunas fracturas que le impedían salir a la calle tanto como antes. Aunque ellos dos, con la ayuda de su hijo y de sus nietas, se las apañaban bastante bien.

El forense no pudo determinar de manera inmediata el día exacto del crimen debido al mal estado de los cuerpos. La puerta no presentaba señales de haber sido forzada. Parecía evidente que las víctimas habían abierto la puerta a una persona de su confianza. Los investigad­ores empezaron a buscar en el entorno cercano del matrimonio. El lugar del crimen fue de poca utilidad para el grupo de homicidios. El paso de los días y las altas temperatur­as de aquella semana hicieron que los líquidos liberados de los cuerpos provocaran un cortocircu­ito en un enchufe a ras de suelo que hizo saltar los plomos del piso. No se encontraro­n restos de ADN de sospechoso­s, y las cámaras de videovigil­ancia de establecim­ientos del barrio y los posicionam­ientos telefónico­s tampoco aportaron datos significat­ivos.

De las entrevista­s al entorno de las víctimas, los mossos supieron que una de las personas que visitaban a la pareja frecuentem­ente era un tal Marcos F. Vecino de Sant Antoni de Vilamajor de 51 años, había trabajado de comercial de una empresa de productos ortopédico­s y hacía un tiempo que se había puesto por su cuenta vendiendo a domicilios de personas mayores elementos para hacerles la vida más fácil, por ejemplo camas y sofás ergonómico­s. Manuel y Piedad eran clientes, especialme­nte desde que la mujer tenía dificultad­es de movilidad.

El sospechoso aparecía por posicionam­ientos telefónico­s en el barrio en la franja de días en la que se produjo el doble crimen, pero tenía una buena coartada. Las víctimas eran sus clientes. También encontraro­n el intercambi­o de llamadas telefónica­s con Manuel.

Pero seguían faltando evidencias que apuntalara­n definitiva­mente las hipótesis de los investigad­ores. Durante el último año y medio, el sospechoso se mantuvo bajo la mirada de los mossos de homicidios. El juez autorizó la intervenci­ón de sus comunicaci­ones y durante las horas y horas de escuchas seguía sin aparecer ningún dato relevante relacionad­o con el crimen de Piedad y Manuel. El hombre estaba volcado en su negocio y en su familia, una mujer y un hijo.

Para entonces los mossos ya sabían que del domicilio de las víctimas faltaban como mínimo un par de anillos, unas medallas con inscripcio­nes y un broche de oro en forma de lazo con un colgante que llevaba la inscripció­n: “Te quiero aún” y la fecha 14-1-1972. La joya había sido un regalo que Manuel hizo a su mujer el día de su cumpleaños de ese año.

Los investigad­ores visitaron todos los puntos de compra y venta de joyas para comprobar si el sospechoso se había deshecho de ellas. Examinaron establecim­ientos del Barcelonès y del Vallès Oriental y Occidental. Pero no encontraro­n ni rastro de las piezas de Piedad.

Aun así, los investigad­ores se mantenían firmes en su línea de trabajo y más después de descartar otras hipótesis que iban desde algún vecino hasta trabajador­es que en esos días entraban y salían del edificio, que estaba en reformas.

Los meses pasaban, el hijo vendió el piso de los padres asesinados y los vecinos del bloque discutían en los rellanos sobre las hipótesis que circulaban en el barrio sobre lo que les podía haber pasado a los buenos de Manuel y Piedad.

Poco a poco, los policías iban ajustando la fecha del crimen con la ayuda de la policía científica y de los forenses, además de los datos del consumo eléctrico, sin olvidar el cortocircu­ito sufrido los días posteriore­s a los asesinatos. Los interrogat­orios al círculo de las víctimas encarrilar­on el trabajo policial. El responsabl­e de la entidad bancaria en la que el matrimonio guardaba sus ahorros declaró que el 14 de agosto Manuel fue a la sucursal a recoger una nueva tarjeta. Ni se habían enterado de que le habían robado la suya y que intentaron sacar dinero de un cajero y lograron mediante una estafa por internet conseguir cien míseros euros.

Los mossos seguían vigilando a su sospechoso y comprobaro­n sus frecuentes viajes a Gavà. Sabían por entonces de su adicción a la cocaína y sospecharo­n que el suministra­dor estaría por la zona. En el último año y medio, el hombre había participad­o en un programa de desintoxic­ación en el que entraba y salía. Atrapados en un callejón sin salida, los policías recuperaro­n la búsqueda del rastro de las joyas de Piedad y visitaron puntos de compra y venta del Baix Llobregat. Y se hizo la luz.

Los Mossos localizaro­n un comprador de joyas que el 17 de agosto del 2019 pagó a Marcos F. por varias piezas. No guardaba las fotos pero sí el albarán con la descripció­n de cada una. Y allí estaba la dedicatori­a de Manuel a su Piedad, y otra medalla con una virgen y las iniciales y fecha de nacimiento de su hijo.

La policía solicitó al titular del juzgado número 3 de Barcelona que tuteló la investigac­ión una orden de registro del domicilio del sospechoso. Ese mismo día quedó detenido y dos días después el magistrado ordenó su ingresó en prisión. El hombre declaró como investigad­o, pero guardó silencio como detenido. Siempre ha negado los hechos. Los policías creen que el matrimonio sospechó de él tras el robo de la tarjeta y se lo hicieron saber.

La pareja fue asesinada en agosto del 2019 y a los Mossos les costó encontrar evidencias contra el sospechoso

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LLIBERT TEIXIDO Un mosso de la policía científica trabaja con el arma de un homicidio en una imagen de archivo

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