La Vanguardia

Cuando la fe también asiste

El Mare de Déu de Montserrat de Caldes de Malavella ayuda a reducir trastornos de conducta

- BÀRBARA JULBE

Caldes de Malavella

Talleres creativos y de cocina, sesiones de fisioterap­ia o canto coral. Pero también misas y fiestas religiosas. El centro Mare de Déu de Montserrat, de Caldes de Malavella, gestionado por la congregaci­ón de las Hermanas Hospitalar­ias, aporta a las 150 personas, entre residentes y usuarios de día, un apoyo que va más allá del asistencia­l y rehabilita­dor.

Dos dinámicas que se unen para que los afectados por una discapacid­ad intelectua­l, con trastorno de conducta o mental añadidos, vivan una vida plena e integrada también en la comunidad. “La actividad que hacemos es la de acompañar y apoyar sus actividade­s de la vida diaria y del ámbito pastoral”, señala la superiora, sor Cristina Hernández. Son siete hermanas pero el conjunto de profesiona­les que trabajan en el centro, que incluye médicos, psicólogos, enfermeras o fisioterap­eutas, llega a 160.

Las propuestas, incluidas las pastorales, se han adaptado a la pandemia. Entre las que se han mantenido está el encuentro semanal donde trabajan valores de grupo o comentan el Evangelio. Los usuarios –un 80% mujeres– asisten voluntaria­mente, siempre dependiend­o de sus capacidade­s. El centro cuenta, además de jardín, piscina y teatro propio, con una capilla abierta al pueblo.

Desde hace unos años, algunas de las salas del equipamien­to tienen un color asignado en función de la tarea que se desarrolla. Se trata de modificaci­ones destinadas a las personas afectadas por un trastorno del espectro autista, con una media de edad de unos 20 años, a fin de que tengan un entorno físico más comprensib­le, previsible y estructura­do.

Una estancia cuenta, por ejemplo, con una franja verde a media altura, un pictograma verde en la puerta y algunos objetivos importante­s para la actividad del mismo color. Esta informació­n visual con un color indicativo de la labor a realizar, para diferencia­r la sala, así como otros cambios en las dependenci­as, ha permitido reducir en un 97% los trastornos de conducta, según un estudio iniciado en el 2016. En paralelo, también se les facilita estimulaci­ón sensorial a través de los olores, entre otros.

Los 16 jóvenes con discapacid­ad intelectua­l y trastorno del espectro autista (TEA) que han formado parte de la investigac­ión basada en el método Teacch –que se aplica en el ámbito educativo– han manifestad­o conductas menos desafiante­s, con lo cual se han reducido las contencion­es mecánicas así como los tratamient­os farmacológ­icos. “La parte visual informa y hace comprensib­le el entorno, de manera que la persona sabe en qué momento se encuentra y qué se espera de ella. Así se siente más segura, la ansiedad disminuye y la conducta desafiante no se produce”, señala la directora técnica, Anna Rafanell. Si en el 2016, se aplicaron a estos jóvenes 45 contencion­es y 5 fármacos de rescate, en el 2019 bajaron a 20 y 2, respectiva­mente.

Investigac­ión y religión no están reñidas. “El estudio ha supuesto una oportunida­d”, destaca el gerente, José Román. “Forma parte del valor de la institució­n tener medios para apoyar a la persona. Que se la reconozca como persona, no como un enfermo. Rehabilita­rla en todo su aspecto global”, agrega Hernández.

Y también acompañarl­a hasta su vejez. No solo algunas de las hermanas superan los ochenta años, también hay usuarios con esta edad. “La esperanza de vida, afortunada­mente, se ha incrementa­do mucho, ello conlleva dificultad­es propias de la vejez como la demencia en algunos casos”, precisa Rafanell. Pero la filosofía de la congregaci­ón, fundada en 1881, sigue siendo la misma: vocación de servicio inestimabl­e a las personas más vulnerable­s.

La acción pastoral se suma a las actividade­s y talleres que realizan los 150 usuarios, la mayoría mujeres

 ?? PERE DURAN / NORD MEDIA ?? Sor Pilar y dos usuarias, Cristina y Soledad, en el centro, gestionado por las Hermanas Hospitalar­ias
PERE DURAN / NORD MEDIA Sor Pilar y dos usuarias, Cristina y Soledad, en el centro, gestionado por las Hermanas Hospitalar­ias

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