¿Qué artista quiere ser enterrada en tres ataúdes?
Dispuso sobre una mesa 72 objetos (una boa de plumas, aceite de oliva, una flauta, un abrigo, perfume, un martillo, clavos, hojas de afeitar, una pistola con balas en la recámara...) y, a su lado, un pequeño cartel con las instrucciones: “Pueden usarse sobre mí como se quiera. Yo soy el objeto”. La artista, entonces de 28 años, iba a someterse a un experimento aterrador que debía durar exactamente seis horas. Nada ni nadie podía interrumpirlo bajo ninguna circunstancia. Al principio, el público se le acercó en tono cordial, la besó, le entregó flores, la perfumó, pero a medida que iba avanzando la noche los gestos eran cada vez más violentos. Un hombre le hizo un corte en el cuello y bebió su sangre; un grupo la tumbó sobre una mesa y clavaron un cuchillo entre sus piernas; le pusieron un revólver en una mano apuntando a su cuello... Cuando por fin ella se puso en pie, asumiendo de nuevo su condición de ser humano, desnuda y empapada en sangre, nadie se atrevió a mirarle a los ojos.
No fue la primera ni la última vez que “la abuela de la performance” o “el soldado del arte”, como ella prefiere denominarse, pondría a prueba su vulnerabilidad, colocando su cuerpo en el centro de una exploración de los límites del miedo, el agotamiento, el dolor y la resistencia. Sus propios límites mentales y físicos. Y los de su público.
A Marina Abramovic, de 74 años, le ha fascinado desde siempre la muerte. Y no está dispuesta a desaprovechar la oportunidad que le brinda la suya para hacer su última gran obra antes de partir. Ha preparado su adiós con esmero. Habrá tres funerales y tres ataúdes. Solo uno contendrá su cuerpo real. Pero nadie sabrá cuál de ellos es. Serán enterrados simultáneamente en las tres ciudades donde más tiempo ha vivido, Belgrado, donde nació, Amsterdam y Nueva York. Habría preferido que la cortaran en tres piezas, pero sabe que eso no va a suceder. Las tres Marinas (la heroica, la espiritual y la frívola) serán amortajadas con vestidos alegres y los dolientes deberán contar chistes verdes mientras su amigo Antony Hegarty, de Antony and the Johnsons, canta I did it my way. El guion completo lo guarda su abogado en una caja fuerte.