El amor es el demonio
Lessons in love and violence
Música: G. Benjamin.
Libreto: M. Crimp
Intérpretes: S. Degout (Rey), D. Okulitch (Gaveston), G. Jarman (Isabel), P. Hoare (Mortimer), S. Boden (Joven Rey), O. Barrington-cook (chica, carácter mudo), I. Gaudí (testigo 1), G. Commaalavert (Testigo 2), T. Marsol (Testigo 3/Loco). O. S. del Liceu.
Dirección: Musical: J. Pons.
Dir. escénica: K. Mitchell
Lugar y fecha: Estreno en España. G. Teatre del Liceu. 26/II/2021
Impactante, oscura, deslumbrante…ese fue el poso que dejó flotando en el ambiente del Liceu el estreno en España de la ópera Lessons in love and violence, del compositor George Benjamin (Londres, 1960) con libreto de Martin Crimp (Dartford, Kent, 1956). No pudo tener mejor versión al foso que con la lectura analítica, casi cirujana del maestro Josep Pons. Experto conocedor del universo musical de Benjamin, recreó los noventa minutos de la ópera al frente de una espectacular orquesta del Liceu, ampliada y extendida a nivel de platea ocupando las cuatro primeras filas, debido a los protocolos de separación entre los músicos. Fue una lástima que esta inhabitual posición orquestal perjudicara el difícil equilibrio de voces y orquesta, pues a nivel de platea la riqueza tímbrica y potencia orquestal restó algo de protagonismo a las voces.
Sugerente e imaginativa la paleta de colores en la orquestación de Benjamin, un sello propio, que matizó el drama subrayando la percusión, tambores tribales de sonido atávico, cimbalón y celesta aportaron magia y densidades atmosféricas de original teatralidad. Las cuerdas, vibrante sección grave, el metal puntilloso y vivo, y sobretodo unos interludios orquestales entre escenas, con regusto britteniano, donde la orquesta explotó en sonoridades expresivas que articularon el drama con un lirismo embriagador. Impecables los cantantes, imbricados perfectamente en una textura vocal que nunca sonó forzada, de referencias debussyanas, donde las tesituras combinaron perfectamente.
Destacó con luz propia el barítono francés Stéphane Degout, como el Rey Eduardo II de Inglaterra.
Su timbre meloso de barítono lírico lo manejó con suma elegancia en un papel escrito por Benjamin ex profeso para él. De agudos certeros, fraseo dulce y frágil en perfecta concordancia para un rol dominado por el amor destructivo que siente hacia el caballero Gaveston. Éste fue protagonizado por el bajo-barítono canadiense Daniel Okulitch, quien aportó morbidez vocal y oscuridad en la mejor tradición de amor prohibido y decadente.
Sibilino y antipático Mortimer por el tenor Peter Hoare, quien matizó el texto y enfatizó el magnífico inglés vernáculo de Crimp. Precisión en los afilados sobreagudos en los pasajes de una convincente Reina Isabel por la soprano Georgia Jarman, o en el papel secundario de Isabella Gaudí, quien junto a la mezzo Gemma Coma-alavert y el barítono Toni Marsol, estuvieron fantásticos en un reparto donde todos debutaron en el Liceu menos ellos tres.
Samuel Boden brindó luz tenoril como hijo del Rey y víctima de la trama. Katie Mitchell firma una producción ambientada en el siglo XXI, sofisticada y coreografiada al detalle hasta llegar a un gran golpe de efecto final. El dormitorio del Rey se convierte en omnipresente en las siete escenas de la ópera, aunque se cambia el punto de vista del mismo.
Los personajes interactuan con claustrofóbico devenir y el drama respira ecos del autor de la obra original, firmado por Cristopher Marlowe, precursor del teatro isabelino que Shakespeare pulió. La lectura de mano, la aparición fantasmagórica de Gaveston como extraño ejecutor del Rey…mitchell construye una mirada propia, sin apenas referencias al icónico film de Derek Jarman, Edward II (1991) o a la adaptación de Bertold Brecht (escrita en 1923). Un espectáculo total que confirma la ópera como lenguaje de plena actualidad.
Violencia, poder y amor siguen golpeando nuestras conciencias sin haber aprendido la lección.