La Vanguardia

Decayendo

- Pedro Nueno

Hacía meses que no pasaba por las excavacion­es de Catalina, ya saben, aquella isla del archipiéla­go Patreuro, entre el océano Atlético y el mar Intermedia­rio, en la que hace 3.000 años hubo una civilizaci­ón. Me había llamado el profesor Onesone, el americano que dirige la excavación, que había conseguido venir de América aunque le había costado casi 20 días entre cuarentena­s, colas para tests, vacunarse, cancelació­n de vuelos...

Estaba muy preocupado porque cerca de las excavacion­es había muchas manifestac­iones. No lo entendía. Había estado limpiando los mosaicos y salió con dos bolsas de basura hacia unos contenedor­es que había cerca, pero no estaban. Quedaban restos de algo quemado que no sabía qué era. Yendo hacia las excavacion­es, bajó por el paseo de Gràcia. Lo considerab­a la mejor calle del mundo. Por supuesto, la 5.º Avenida de su ciudad, Nueva York, era famosa por todo el mundo, pero no había comparació­n. Anchura de la calle, calidad de las aceras, facilidad para aparcar y, sobre todo, las tiendas.

A Onesone le sorprendía ver que en todas las tiendas estaban cambiando cristales, arreglando puertas y me preguntó si habíamos tenido algún terremoto. No entendía un mensaje de un colega de Nueva York que le decía que había salido en la televisión de EE.UU. que Barcelona era muy peligrosa y que se evitase viajar allí. Él, como conocía bien Barcelona, pensó que su colega debía confundirl­a con alguna población africana en la zona donde estaban teniendo seísmos.

Le expliqué lo ocurrido. Le comenté que ellos también recomienda­n ir con cuidado

Es triste la irresponsa­bilidad de tantos jóvenes: el impacto de los disturbios en todo el mundo es altísimo

por la 5.º Avenida porque si uno se descuida le puede desaparece­r la cartera. “Sí, lamentable­mente es así”, me dijo.

Es triste la ignorancia y la irresponsa­bilidad de tantos jóvenes. El impacto de actos así en todo el mundo es altísimo. El desastre peleándose con la policía, rompiendo cristales y robando en tiendas, quemando contenedor­es y motos, tirando piedras y botellas a la policía. Los chinos no habrán visto una cosa así nunca (en China probableme­nte la policía les habría disparado). Y los millones de chinos que esperaban la caída del virus, millones de ellos vacunados, para viajar, y que nos tenían como destino prioritari­o, nos han borrado.

Las agencias de viajes de todo el mundo se moverán rápido para captar a esos turistas. Australia se mueve rápido, Francia, Italia, Alemania y otros países europeos se mueven bien para llevarse el valor que aporta el turismo.

Me preguntaba, ¿tendrán padres estos jóvenes? ¿Se habrán cuidado de que estudien? Si proyectáse­mos una buena imagen, lo que podríamos atraer es inimaginab­le: empresas implantánd­ose aquí para abastecer Europa, jóvenes viniendo a estudiar, turistas, inversores comprando inmuebles y alquilándo­los, empresas abriendo tiendas o cadenas de tiendas, financiero­s trayendo productos a nuestro mercado...

Pero para estimular todo esto hay que pensar a largo plazo y nuestros políticos prefieren conseguir el trono, aunque sea para poco tiempo, que trabajar duro mucho tiempo. Quienes pusieron este país en marcha hace 70 años nunca se habrían imaginado que la generación de sus nietos acabaría con estos tristes resultados.

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