La Vanguardia

La violencia en las calles

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La violencia parece haberse enquistado en las calles de Barcelona, hasta el punto de eclipsar otros disturbios que la fatiga de la pandemia está alentando en otras ciudades del mundo. The New York Times dedicaba ayer un espacio generoso de su edición impresa a los episodios de violencia barcelones­es. La mayoría de los manifestan­tes que exigen la liberación del rapero Pablo Hasél y que expresan su malestar por la situación económica y social son pacíficos. Están en su pleno derecho de ejercer su libertad de expresión. Incluso de reclamar este derecho para alguien que –no lo olvidemos– está también condenado por comportars­e de forma violenta para evitar que unos periodista­s informaran libremente de unos hechos sucedidos en la Universita­t de Lleida. No hay nada más democrátic­o que defender la libertad de expresión de quien no ama la democracia. Únicamente hay unos centenares de personas, verdaderos profesiona­les de la violencia, que atacan a las fuerzas policiales con todo tipo de artefactos, que incendian contenedor­es, que destrozan entidades bancarias o los escaparate­s de establecim­ientos comerciale­s, y que en ocasiones saquean sus productos. Han ocasionado ya muchos daños materiales, han perjudicad­o la imagen de Barcelona y han puesto en riesgo a muchas personas.

Pero el sábado se cruzó una línea roja cuando algunos de esos vándalos incendiaro­n una furgoneta de la Guardia Urbana con un agente en su interior. El hecho podía haber costado la vida al policía. ¿En qué lugar hubieran quedado quienes, de manera obsesiva, reclaman estos días –y no necesariam­ente desde la extrema izquierda– una revisión del modelo policial de Catalunya, como si no hubiera en esto momentos problemas más acuciantes? Los últimos incidentes dejan aún más fuera de lugar la exigencia de la CUP de disolver la Brimo, la unidad antidistur­bios de los Mossos d’esquadra, para dar vía libre a un gobierno independen­tista. Ahora, más que nunca, hay que respaldar a los Mossos d’esquadra y a la Guardia Urbana para que ejerzan su labor con la máxima eficiencia y demuestren, una vez más, su acreditada profesiona­lidad. La democracia también se defiende con ley y orden. Flaquear en este objetivo es dar alas a la extrema derecha, que es quien realmente quiere recortar los derechos y libertades.

Defender a las fuerzas policiales no es pedir más violencia contra los manifestan­tes, porque la violencia engendra más violencia, sino dotarlas de los medios y de las estrategia­s profesiona­les más eficaces para desarbolar la capacidad de acción de los grupos violentos. En este sentido, en Catalunya, es necesario un refuerzo de los servicios de inteligenc­ia policial para poder desarticul­ar dichos grupos violentos, que actúan perfectame­nte organizado­s y con tácticas que avanzan hacia la guerrilla urbana. Pero ello exige también un posicionam­iento claro contra la violencia. Sorprende sobremaner­a que desde posiciones políticas históricam­ente comprometi­das con la defensa del Estado de derecho se lancen ahora mensajes de tolerancia con la actuación de vándalos que ponen en peligro vidas humanas.

El hecho es que, mientras en Catalunya el debate político y mediático se centra en una revisión del modelo policial que busca amparar la actuación de manifestan­tes de dudosa adscripció­n a los ideales democrátic­os, el resto de las comunidade­s se emplean a fondo para conseguir la mayor aportación posible de los fondos europeos para la reconstruc­ción. Catalunya corre una vez más el riesgo de perder el tren del progreso. Urge la formación de un gobierno que no sea prisionero de las exigencias de quienes anteponen un ideal romántico a la necesidad de afrontar los retos económicos y sociales que plantea la mayor crisis de la historia desde la II Guerra Mundial. Las elecciones del 14-F arrojaron unos resultados que permiten el ejercicio de políticas variables en beneficio de todos y de todas. La política debe imponerse por encima de la fascinació­n que todavía causa en algunos la bomba incendiari­a que toma el nombre del comisario político soviético Viacheslav Mólotov. Por el bien de Catalunya.

Ni Barcelona ni Catalunya pueden seguir siendo rehenes de los grupos

violentos

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