La Vanguardia

El empate entre Netanyahu y sus rivales bloquea de nuevo Israel

Aunque con el 90% escrutado, los islamistas podrían darle el gobierno

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

Ni siquiera una maratón de vacunas ha podido asegurar que Beniamin Netanyahu vuelva a relevarse a sí mismo, por enésima vez, como primer ministro de Israel. O por lo menos, no todavía, ni por una senda de rosas.

En realidad el mantenimie­nto en el poder del Likud, tras perder seis escaños, pasa por el camino de Mansur Abbas, que no es el nombre de ninguna aldea recoleta, sino del jefe islamista de la Lista Árabe Unida.

Aunque el Likud, con 30 escaños, casi dobla a su inmediato rival, Yesh Atid (Hay Futuro), de Yair Lapid, lo cierto es que es casi imposible para cualquiera de los dos bloques imponerse con claridad. Como resultado, Israel sigue allí donde le habían dejado los últimos cuatro comicios. Fragmentad­o,

polarizado y empantanad­o. Pero esta vez, mucho más escorado a la derecha.

Y eso que, al cierre de las urnas, Netanyahu superaba el plebiscito según todos los sondeos, que le otorgaban la cifra mágica de 61 diputados –la Kneset tiene 120– de la mano de sus aliados ultraortod­oxos o ultranacio­nalistas.

Escrutado el 80%, dicha ventaja se ampliaba incluso a 63. Sin embargo, al aproximars­e al 90%, el reparto de escaños quedó seriamente trastocado, al superar claramente el listón del 3,25% la citada Lista Árabe, pasando de cero a cinco escaños.

Así que el país se despertaba, no con un árbitro, sino con dos. A Naftali Bennett, jefe de filas de la derecha radical y anexionist­a de Yamina, se unía el citado Abbas.

Netanyahu, que horas antes había declarado “una enorme victoria”, necesitaba asiento. Sin embargo, aún quedan 450.000 sufragios –de reclutas, enfermos, presos y otros colectivos– por escrutar, por lo que no hay que descartar un nuevo vuelco. Basta para ello el baile de un escaño.

Con las cifras actuales, la pesadilla del bloqueo persiste y la amenaza de unas quintas elecciones se alarga. Aunque Netanyahu hará todo lo que esté en su mano para que estas no lleguen antes de haberse blindado legalmente. En dos semanas se reanuda su juicio por presunta corrupción .

El caso es que Abbas repetía ayer que ninguno de los bloques debía considerar que los tenía en el bolsillo. Bennett también lo proclama, pero nadie le cree.

En la noche electoral, Netanyahu llamó a “evitar una quintas elecciones”, formando “una mayoría de derechas”. Algo que incluiría a las fuerzas citadas, además de ultraortod­oxos como

Ninguno de los dos bloques lo tiene fácil para imponerse y asoma ya el fantasma de nuevos comicios

Shas y JUT, y ultranacio­nalistas. Al final de campaña, Bibi llegó a prometer vuelos a La Meca.

Pero una cosa es drenar a la Lista Conjunta –donde estaba hasta hace poco la Lista Árabe Unida–, después de que hace un año se convirtier­a en la tercera fuerza política israelí, y otra es tener que lidiar con un electrón libre, islamista y homófobo.

Aunque esto último no es ninguna línea roja para el Likud, abierto a hacer tratos no solo con los misóginos partidos ultraortod­oxos –cuyas listas están vetadas a las mujeres– sino también con el extremismo racista que acaba de sacar las uñas en la Kneset.

Se trata de Sionismo Religioso, un nombre nuevo para una formación que antes estaba bajo el ala de Yamina y que ha logrado un notable trasvase de votos de los ultraortod­oxos, escondiend­o su publicidad sionista en los barrios de estos, que no lo son.

Aunque entre los ultraortod­oxos –el colectivo más prolífico– lo habitual es que la mujer vote a quien le diga su marido, que a su vez sigue las instruccio­nes del rabino, el voto es secreto.

El centrismo ha sobrevivid­o con Lapid y hasta con Gantz, el general de Azul y Blanco, que salva siete escaños de un naufragio que, por otro lado, ha reflotado al Partido Laborista de Merav Michaeli y al pacifista Meretz.

Quien insiste en que no apoyará a Netanyahu es su antiguo ministro del interior, Gideon Sa’ar, cuya Nueva Esperanza ha quedado por debajo de las expectativ­as y ahora teme el transfugui­smo. Nadie quiere nuevas elecciones, pero todos miran el calendario.

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ARIEL SCHALIT / AP Beniamin Netanyahu anteayer

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