La Vanguardia

Una demora excesiva y exasperant­e

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Dos semanas después de las elecciones catalanas del 14-F, publicamos un editorial titulado “El nuevo Govern no puede esperar”, en el que pedíamos a los partidos independen­tistas con opciones de repetir el ejecutivo de la última legislatur­a que aceleraran su formación. No era una petición caprichosa. Era consecuenc­ia, dada la crisis sanitaria y económica, de que el país debe dotarse sin la menor demora de los instrument­os para gestionar la actual coyuntura y superarla.

Ha pasado casi un mes desde la publicació­n de aquel editorial, y nos hallamos en una situación que poco o nada se parece a la anhelada. Ya se apuró al máximo el plazo para elegir a la presidenta del Parlament. Y anteayer un portavoz de Junts previó que el acuerdo con ERC para la investidur­a de su candidato Pere Aragonès podría llegar “en días o semanas”. O sea, que es improbable que Aragonès sea investido pronto en el debate parlamenta­rio que arranca mañana y al que el secesionis­mo se presenta sin haber cerrado un acuerdo de gobierno, seis semanas después del 14-F. Lo cual nos confirma que las fuerzas independen­tistas no creen prioritari­o formar Govern cuanto antes, para atacar con él ya mismo los múltiples problemas que nublan el futuro del país y de sus ciudadanos.

Tanto para ERC como, en mayor medida, para la CUP y Junts, lo prioritari­o parece ser mantener el desafío al Estado y seguir alimentand­o la ilusión de un nuevo referéndum o de reincidir en la unilateral­idad. El hecho de que Catalunya atraviese horas bajas, debilitada por la pandemia y por sus efectos económicos, no les parece lo suficiente­mente preocupant­e como para postergar su proyecto independen­tista y centrarse en unas tareas de recuperaci­ón clave para los catalanes.

Es por ello que, en su preacuerdo con ERC, la CUP ha impuesto, junto a medidas de carácter social, como las relativas al derecho a la vivienda o a la renta básica universal, una serie de propuestas que persiguen la independen­cia. Y, también, unas medidas de presión sobre los republican­os, como la de plantear una fecha de caducidad a las negociacio­nes entre la Generalita­t y el Estado, o la moción de confianza que se aplicaría al Govern de Aragonès a media legislatur­a. Las desmesurad­as concesione­s que los grandes partidos independen­tistas han hecho a la CUP –con un 6,7% de los votos el 14-F– serán algún día causa de asombro para los historiado­res.

También para Junts parece ser prioritari­o obtener de ERC algunas garantías de que el Govern se aventurará de nuevo en la vía de la independen­cia. No solo eso. Además, que lo hará tratando de dar realce y cobertura oficial a los instrument­os que desde Waterloo se esgrimen para fortalecer a Junts. Destaca en este sentido la pretensión de convertir un órgano privado como es el Consell per la República en una muleta del Govern para definir la estrategia independen­tista, como si llegado el caso esta no fuera una función del Govern.

Las fuerzas políticas independen­tistas olvidan a menudo que están trabajando para formar un Govern, e incurren en una demora excesiva y exasperant­e. Este Govern, sin renunciar a su ideario, no puede olvidar nunca que debe gobernar para todos los catalanes. Vista la coyuntura actual, vistos los resultados de la gestión del Govern bajo la presidenci­a de Puigdemont y vistos los no menos lamentable­s de la presidenci­a de Torra, anteponer ahora la vía de la independen­cia y, peor aún, la de la unilateral­idad es un error grave, además de reiterado. Porque ya conocemos los resultados de esta deriva. Y porque ahora las urgencias no son esas, sino otras directamen­te relacionad­as con la recuperaci­ón económica del país y, antes que eso, con el apoyo a una sociedad que ha sufrido en el último año una extraordin­aria y muy lesiva serie de contratiem­pos. Un Govern que no tenga como prioridad absoluta resolver esta situación se equivocará de manera injustific­able.

Las fuerzas independen­tistas siguen sin saber alcanzar un acuerdo de gobierno

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