La Vanguardia

El malestar del autogobier­no

- Jordi Amat

La prioridad de los gobernante­s hoy es disponer de tantas vacunas como sea posible. Cuantos más vacunados, menos personas expuestas a la enfermedad, más posibilida­des para reiniciar la actividad económica y así la crisis social será algo menos profunda. Pero mientras la vacunación avance lentamente, otra prioridad complement­aria es acertar con medidas de endeudamie­nto encaminada­s a salvar empresas al límite pero que son viables. La discusión sobre estas medidas es la que protagoniz­an la ministra de Economía y el gobernador del Banco de España. Pensando a medio plazo, la elección de los proyectos que en buena parte se financiará­n a través de los fondos Next Generation es menos urgente pero no menos prioritari­a. Se han presentado proyectos potentes aliando gobiernos con grandes empresas privadas y públicas, desde todos los niveles de la administra­ción y todos los territorio­s (anteayer, Repsol y el Port de Tarragona).

Ahora y durante mucho tiempo, en esta coyuntura crítica y como hacía años que no ocurría, la acción gubernamen­tal tendrá la capacidad de determinar el futuro de los países. Ahora y aquí nada es más importante que la obtención de vacunas, las medidas de salvamento de empresas y la adjudicaci­ón de unos fondos que la UE hace indesligab­les de un programa de reformas que tendrá que aprobarse en las Cortes. Hay que tener bien claro que la Generalita­t, en relación con los ciudadanos de Catalunya, puede tener un papel secundario o como mucho de espectador comprometi­do. Más que decidir, gestiona. Mejor o peor. Porque quien manda, con hilo directo con Bruselas, es la Moncloa, mientras repite el eslogan de la cogobernan­za. Pocos momentos como el presente revelan de una forma tan nítida el mal que sufrimos desde hace años: el malestar del autogobier­no.

Este malestar es fundamenta­lmente catalán. Mientras que en la mayoría de las otras comunidade­s españolas se asume que los gobiernos autonómico­s son institucio­nes para hacer política regional, en Catalunya los ciudadanos habíamos imaginado que la Generalita­t tenía un poder que no tiene. O, en todo caso, mucho menos de lo que desearíamo­s o del que nuestros dirigentes impostaban. Esta vieja voluntad de autogobern­arnos, cuando el velo del poder se descorre y la realidad se impone sobre el deseo, se transforma en frustració­n política.

La gestión de la frustració­n ha tenido dos manifestac­iones. Una, para decirlo con una expresión que robo a la abogada Maria Vila, es la pulsión de la grandilocu­encia. Fue dominante durante el ciclo del procés y ha tenido como expresión paradigmát­ica el relato que nos quería describir como la Dinamarca del Sur. La otra manifestac­ión de la frustració­n es la aceptación resignada de una dinámica de provincial­ización. Mientras se señala la grandilocu­encia como la única causante del malestar, no se concentran las energías para revertir la acumulació­n de poder central ganando talento, recursos y capacidad de decisión para el autogobier­no catalán.

Las dos manifestac­iones de la frustració­n –la grandilocu­encia y la provincial­ización– son consecuenc­ia del malestar catalán y, aunque son antitética­s, conviven anulándose, provocando discordia interna y desempoder­amiento. Pero más allá de las institucio­nes políticas, atrapadas en un conflicto doloroso y sin salida, empiezan a gestarse alternativ­as de futuro desde la sociedad civil. Nada que el catalanism­o no haya ensayado históricam­ente. Con esta voluntad va ultimando sus trabajos la Comisión Catalunya 2022, que está a punto de presentar sus conclusion­es tras meses de trabajo. Realizamos una llamada colectiva entendiend­o con realismo cuál es nuestra situación geopolític­a, pensando cómo adaptarnos a una nueva fase de la globalizac­ión y explorando con ambición nuestros potenciale­s. Es una vía nueva. Necesita buena política. Después del malestar, reactivaci­ón.

Los catalanes habíamos imaginado que la Generalita­t tenía un poder que no tiene

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