La Vanguardia

Pactar con el diablo

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Hay determinad­os programas y modelos de televisión que exigen, aunque seamos más o menos consciente­s de ello, algo así como un pacto metafórico entre el espectador y los responsabl­es de crear esos contenidos. Es un acuerdo que firmamos con el simple hecho de ser partícipes con nuestra presencia ante el televisor de un modus operandi que consiste en convertir la actualidad en un show, por lo que, en cierto modo, el espectador adopta el rol de testimonio privilegia­do de un circo en el que es consciente que en cualquier momento el ilusionism­o puede darle una patada al trasero a la informació­n veraz.

Dicho de manera más directa: hay determinad­os programas que exigen indirectam­ente que su audiencia hago un acto de fe y se convierta en un sujeto más bien pasivo e iluso con todo aquello que está viendo, hasta el punto de llegar a un acuerdo tácito en el que el espectador es consciente que aquello que está viendo es un show pero lo acepta como parte del entretenim­iento que busca.

Es una fórmula que vemos de forma más o menos asidua con programas y formatos de Mediaset ligados a la prensa del corazón pero que tiene un peligro difícil de graduar: el efecto bumerán que pueden provocar esos incendios. Lo hemos vivido esta semana con el documental de Rocío Carrasco, en unos contenidos que han derivado en una debate social sobre la violencia de género y un terreno tan pantanoso que ya ha tenido las primera gran consecuenc­ia: el grupo ha decidido prescindir de los servicios de Antonio David tras el testimonio de su ex. Una decisión que sorprende se tomara tras emitir el documental cuando ellos mismos sabían de ese relato muchos meses antes y no hicieron nada para frenar la presencia del exguardia civil en plató. Con esta acción, la cadena hace un juicio en plató a alguien a quien le cuelga la etiqueta de maltratado­r cuando los tribunales siempre la han dado la razón en las querellas de maltrato presentada­s por Carrasco, y cuando no se ha aceptado en los últimos tres años abrir el caso. La sensación es que los grandes responsabl­es de la pirotecnia del corazón de nuestro país han terminado chamuscánd­ose, abrasándos­e con el mismo fuego que llevan años avivando para conseguir audiencia a cualquier precio. Y, una vez más, ha quedado demostrado que no vale todo en una profesión ya mermada por la falta de credibilid­ad con el auge de las fake news como para que la terminemos de hundirla con postureos tramposos o juicios de moral alternativ­os a destiempo. Pactar con el diablo tiene estas cosas: unos días te crees el rey del mambo y otros el invento te estalla en la cara. Y aquí podemos ser todos víctimas, pero también responsabl­es. Que nadie se olvide.

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CRÍTICA DE TV Albert Domènech

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