La Vanguardia

El elusivo corazón de Turandot

Ningún equipo gana imbatido el torneo de la NCAA desde los extraordin­arios ‘hoosiers’ de Bobby Knight hace ya cuarenta y cinco años

- Rafael Ramos

Ensu Metafísica, Aristótele­s considera perfecto “aquello que contiene en sí todo y fuera de lo que no hay nada, ni una sola parte”. Para la religión católica, solo Dios lo es, y los humanos pueden aspirar a acercarse pero es una meta inalcanzab­le. En derecho, se emplea el concepto para referirse al momento de un procedimie­nto en que se cumplen todos los requisitos establecid­os. De una manera más mundana, significa que se han logrado los objetivos sin ningún tipo de fallos. En el arte y la estética, es una noción más subjetiva, y alguien puede considerar “perfecto” un cuadro, una novela o una pieza musical.

En el deporte norteameri­cano, el baremo de la perfección son los Miami Dolphins de 1972, con Don Shula en el banquillo y estrellas como Bob Griese y Larry Csonka, el único equipo de la historia de la NFL que ha ganado todos los partidos de la temporada, incluida la Super Bowl (los Patriots estuvieron a punto de repetir la hazaña en el 2007, pero perdieron en el último acto contra los Giants).

La semana pasada, los zags de la Universida­d de Gonzaga sufrieron la misma maldición que el equipo de Bill Belichick y cayeron contra Baylor en la finalísima de la NCAA después de haber llegado imbatidos. Desde 1976, cuando triunfaron los hoosiers de Indiana liderados por Bobby Knight, todos los equipos que intentan esa hazaña acaban cayendo, como los aspirantes a conquistar el corazón de la princesa Turandot en la ópera de Puccini.

El primer equipo en ganar el campeonato de baloncesto universita­rio de Estados Unidos con todo victorias en su haber fue San Francisco en 1956, con Bill Russell en sus filas. Al año siguiente repitió proeza Carolina del Norte, y en los años sesenta y setenta los Bruins de UCLA lo convirtier­on casi en rutina (64, 67, 72 y 73). Pero nadie desde los hoosiers (así se conoce a los nativos de Indiana, hoosa era maíz en el idioma de los indios, y el término se aplicó a quienes lo transporta­ban por Misisipí a Nueva Orleans).

Los supervivie­ntes de aquellos Dolphins del 72 se reúnen todas las primaveras y descorchan el champán para celebrar que ningún equipo ha igualado su récord (ahora en realidad lo romperían, porque la temporada consta de más partidos). Los de los hoosiers del 76 (Scott May, Kent Benson, Bob Wilkerson, Tom Abernethy y compañía) no lo hacen oficialmen­te, aunque circulan rumores de celebracio­nes furtivas. Pero así como Don Shula, el jefe de Miami, murió el año pasado encumbrado en los altares de la institució­n, el de aquel histórico grupo de la Universida­d de Indiana (un tipo lunático que cuando se enfadaba arrojaba sillas a la cancha) fue despedido en el 2000, en un escándalo comparable al caso Watergate y el affaire de Bill Clinton con Monica Lewinsky, por agarrar del brazo a un estudiante que dirigió a él en el campus diciendo “¡eh, tú, Bobby Knight!”, en vez de “míster Knight” o coach, como sugiere el código de conducta si uno quiere ser respetuoso. A los 80 años vive como un recluso, y hasta el año pasado no se dignó volver a pisar la universida­d.

Muchos analistas creen que los hoosiers tenían aún mejor equipo en el 75 que en el 76, habiendo aplastado a casi todos los rivales hasta perder contra Kentucky en la semifinal regional con la ausencia de May, que se había roto un brazo. Llegaron al año siguiente con la intención de sacarse la espina, y lo lograron, pero no sin haber pasado unos cuantos sustos a lo largo del camino, como las remontadas contra Saint John en el Madison Square Garden y, sobre todo, Michigan (iban perdiendo de cuatro a un minuto del final, en una época en la que no había tiros de tres ni límite de tiempo a la posesión, y prácticame­nte la única manera de recuperar la pelota era hacer falta, pero consiguier­on forzar la prórroga e imponerse en ella). La tónica del curso había quedado ya marcada en la pretempora­da, cuando dieron una paliza de 94 a 78 a una selección de la Unión Soviética que era el campeón olímpico reinante, ante 17.000 espectador­es en el ya desapareci­do Market Square Arena de Indianápol­is.

Ha habido infinidad de comparacio­nes entre aquellos hoosiers y los bulldogs de Gonzaga, pero es como equiparar al Santos de Pelé con el actual Manchester City. La preparació­n física era diferente, las reglas del juego eran otras, no había VAR... Lo cierto es que desde 1976 muchos lo han intentado (la Indiana State de Larry Bird, UNLV, Wichita State, Kentucky...), para caer en el último o penúltimo obstáculo. Quizás mejor, porque la perfección es elusiva y todos los pretendien­tes de Turandot acabaron fatal, incluso el que conquistó su corazón.

Desde que Bobby Knight fue cesado en el 2000, la Universida­d de Indiana ha desapareci­do de escena

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AP Los jugadores de Indiana celebran la victoria sobre Michigan en 1976
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