La Vanguardia

El éxtasis de Sánchez

- Fernando Ónega

Tres veces, tres, presentó Sánchez esta semana su “proyecto de país”. Y antes habló de su contenido otras cinco veces a lo largo del último año. Habla de él con pasión de enamorado. Enumera sus medidas –110 inversione­s, 102 reformas—con el mismo entusiasmo con que Laporta cuenta los goles de Messi, y Florentino, los trofeos del Madrid. Creo que es sincero cuando dice que es la mayor oportunida­d que tuvo España para poner al día su transforma­ción económica y social. Y desde esa nube de grandeza y gloria vive una especie de exaltación mística que, cuando sueña con el “liderazgo mundial del progreso y el bienestar”, evoca al César triunfal que necesitaba un esclavo en su carroza: “Recuerda que eres humano”. Pero él replica desde la portada de las 211 páginas de la recuperaci­ón y la resilienci­a: “España puede”.

Proyecto posible o ensoñación provocada, esa es la incógnita de estos días cruciales. Tocar 140.000 millones de euros, la mitad a fondo perdido, puede provocar alucinacio­nes de éxito histórico. Y en ese momento es cuando aparece el esclavo y le dice: “Recuerda, César, que son 70.000; los otros son endeudamie­nto público y hoy se pueden conseguir más baratos en el mercado con intereses negativos”. Esta reflexión inunda de dudas los despachos del poder, pero aparece mágicament­e Draghi y aporta la otra alucinació­n: la “deuda permanente”, es decir, la que no se paga. Y Draghi, por ahora, es el becerro de oro que hay que adorar.

Revisado el plan, tiene la osadía de los ingenuos y la ambición de las revolucion­es, de la “revolución Sánchez”: utópico o realista, contiene el muestrario de lo que el país necesita para cambiar el modelo productivo y conseguir esos ideales de progreso y cohesión social y –toquemos madera– territoria­l. Cuando se le reprocha que es un proyecto para varias legislatur­as, dan ganas de felicitarl­o: por fin un gobierno lanza algo que no es cortoplaci­sta. Y cuando se descalific­a a Sánchez por su literatura dulzona y sus triunfalis­mos, es su estilo, qué le vamos a hacer. Los problemas son otros.

El problema número 1 es que Pedro Sánchez construye su invento desde el egoísmo de su paternidad, sin buscar la complicida­d de la oposición, y provoca respuestas airadas como la de Pablo Casado. Una idea tan grande –es como una Constituci­ón económica– debe ser compartida para ser un proyecto real de país. El problema número 2 es que sus apoyos parlamenta­rios son opuestos a los intereses de la derecha política y económica y esta última debe implicarse, de lo contrario no funciona. El problema número 3 es temporal, pero determinan­te: el lanzamient­o se produjo en medio de una campaña electoral y es difícil distinguir dónde empieza el gobernante y dónde el buscador de votos que nadie le quiere regalar. El problema número 4 es que la presentaci­ón, además de rimbombant­e, ha sido reiterada y es posible que se haya quemado la mercancía. Y el problema más grave es que este país está instalado en los charcos de la desconfian­za y de la confrontac­ión. Hay demasiadas ganas de provocar el fracaso de este Gobierno, aunque suponga el fracaso colectivo del país.

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CHEMA MOYA / EFE Pedro Sánchez, en el Congreso
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