La Vanguardia

La vacuna buena o la otra

- Màrius Carol

Cada ciudadano de este país lleva en su interior un epidemiólo­go en potencia, porque es capaz de tener opinión acerca de qué vacuna prefiere, entre otras cosas porque lee y escucha todo lo que se escribe y se opina sobre el coronaviru­s. Pero la sensación es que estamos siendo víctimas de lo que el psicólogo británico David Lewis calificó de síndrome de fatiga el exceso de informació­n. Y hemos olvidado que debemos protegerno­s de las noticias falsas o simplement­e interesada­s casi tanto como de los virus. El rechazo de la vacuna de Astrazenec­a que advierten los científico­s no se fundamenta en criterios sólidos, sino en una campaña de desprestig­io en la que han caído los políticos europeos. Lo advirtió Daniel López Acuña, epidemiólo­go y exdirector de Acción Sanitaria de la OMS, en TV3: “Sabemos que las guerras comerciale­s existen, también entre laboratori­os. Estamos en un mar de tiburones, no en un claustro de hermanitas de la caridad. Y esta batalla no se libra en beneficio del interés público”.

Me he vacunado esta semana con

Astrazenec­a, con un 97% de inversión pública, es víctima de una guerra comercial

Astrazenec­a, que ha sido financiada en un 97% con inversión pública europea, principalm­ente por la CE y el Reino Unido. Lo he hecho con el orgullo de saber que es una aportación de la ciencia de Europa, que es la que tiene un coste más bajo y que segurament­e será la primera que liberará su patente. Los casos de trombos que se han detectado son irrelevant­es con respecto a las vidas que está salvando. Pero Astrazenec­a está asumiendo una crisis de reputación absolutame­nte injusta, con gobiernos frenando su administra­ción y cambiando los criterios para administra­rla. El Departamen­t de Salut de la Generalita­t ha visto aumentar las llamadas al 061 hasta las 20.000 al día, a causa de los recelos por la vacuna. Al más mínimo efecto secundario, los ciudadanos quieren que el médico descarte que se trata de una trombosis. La locura es tal que esta semana han faltado un 10% de los convocados a ser vacunados con Astrazenec­a y el viernes en Madrid el porcentaje se elevó al 70%. La ignorancia es muy atrevida. Lo que desconocen estos abstencion­istas es que el peligro no está en ponerse determinad­a vacuna, sino en no inyectárse­la. El doctor Robert Güerri, coordinado­r de la unidad covid del hospital del Mar, se desesperab­a también estos días: “Viene gente preguntand­o si a sus padres les pondrán la vacuna buena o la otra”. El síndrome de fatiga por exceso de informació­n está a punto de requerir una vacuna específica para evitar que algunos hagan el ridículo.

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