La Vanguardia

Estampas del planismo (I)

- Josep Maria Ruiz Simon

Se atribuye a Mark Twain la frase que dice que la historia no se repite pero rima. Una de las entradas más recientes en el diccionari­o de rimas históricas remite a la idea de planificac­ión económica. Hace unos años se pensaba que esta asonancia podría venir del brazo de un Green new deal diseñado como respuesta a los retos del cambio climático, pero finalmente ha llegado a caballo del Plan de Recuperaci­ón Next Generation de la UE, elaborado para hacer frente a los efectos económicos de la crisis de la covid. La expresión Green new deal evoca los famosos programas de estímulos y planificac­ión emprendido­s por el presidente Franklin D. Roosevelt para sacar los EE. UU. de la Gran Depresión en qué cayó tras el crac de 1929. Pero en la Europa occidental el planismo aún hace volar la memoria hacia los viejos planes de modernizac­ión o desarrollo. Como los que se realizaron en Francia a partir de la segunda posguerra mundial o en España después del Plan de Estabiliza­ción de 1959. Para poner en cuarentena algunas connotacio­nes que podrían contagiar los paralelism­os, quizás es mejor recordar el caso francés al comenzar los flashbacks que parecen obligados cuando los acontecimi­entos riman como si fueran versos.

El planismo francés de la posguerra se inició con el Plan de Modernizac­ión y Equipamien­to, también conocido como Plan Monnet (1946), que acabó alimentánd­ose con los dólares del Plan Marshall. Sus objetivos declarados eran coordinar y acelerar la recuperaci­ón económica de un país debilitado por la guerra y “modernizar” su economía. Y su principal medio fue lo que, para distinguir­lo de los planos quinquenal­es imperativo­s de la Unión soviética, se denominó la planificac­ión indicativa, que buscaba orientar la economía hacia determinad­os objetivos estratégic­os a través de estímulos en el sector privado. El Plan Monnet se presentó, a semejanza de los actuales planes de reactivaci­ón elaborados en el marco del Next Generation, con el que presenta un aire de familia, como una terapia de choque necesaria en una situación excepciona­l. Pero, tras este plan, vinieron otros y el planismo acabó definiendo la nueva normalidad de la IV y la V Repúblicas hasta que en los neoliberal­es setenta, bastante antes de ir a parar al contenedor de las prácticas considerad­as obsoletas, se convirtió en un elemento meramente decorativo.

Toda realidad política no secreta necesita un mito que la proyecte en colores sobre la opinión pública. El mito de la planificac­ión indicativa a la francesa era el de la concertaci­ón entre el Estado y lo que ahora, con una denominaci­ón a todas luces excesiva, suele denominars­e la sociedad civil. La primera estampa del planismo es la de la mesa de una comisión de modernizac­ión donde altos funcionari­os del Estado dialogan con las fuerzas vivas del país. Esta mesa, donde se sientan técnicos, dirigentes empresaria­les y líderes sindicales, era el alambique donde supuestame­nte se elaboraba la piedra filosofal que, como en el opus magnus de la alquimia, permitía transmutar el plomo de los intereses particular­es en el oro del bien común.

Toda realidad política no secreta necesita un mito que la proyecte en colores sobre la opinión pública

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