La Vanguardia

Vuelve el dilema escocés

El SNP aspira a una mayoría independen­tista para exigir otro referéndum

- RAFAEL RAMOS Edimburgo. Correspons­al

El momento idóneo para la independen­cia de Escocia habría sido quizás en los años setenta, cuando se descubrió el petróleo en el mar del Norte, y todo el dinero se podría haber dedicado a un fondo soberano como el noruego en vez de a financiar la desindustr­ialización impuesta por Thatcher, el desempleo y el gasto social que provocó. Pero entonces el soberanism­o ni siquiera existía. Hoy la mitad de los escoceses son partidario­s de romper la unión con Inglaterra, pero económicam­ente es mucho más difícil.

La joya de la corona del superjueve­s en Gran Bretaña (elecciones municipale­s y autonómica­s) es Escocia, donde la victoria del SNP está cantada a pesar del divorcio entre Nicola Sturgeon y Alex Salmond, de la creación de un segundo partido independen­tista minoritari­o (Alba) que le puede restar votos, de los caramelos ofrecidos por Boris Johnson a cambio de seguir en el Reino Unido (inversión en infraestru­cturas) y de las historias de terror divulgadas por los unionistas sobre la ruina económica y marginació­n política de un divorcio.

Pero la cuestión es por cuánto ganará el SNP, si con una mayoría absoluta, o con una mayoría indepe sumados los apoyos de Alba y los Verdes (sus actuales socios de coalición), y si la utilizará (es casi seguro) para desafiar a Londres, exigir un nuevo referéndum antes del 2023 y desatar la mayor crisis constituci­onal en un siglo.

Johnson, que no quiere pasar a la historia como el premier que perdió Escocia, tiene cuatro opciones: decir que no con el pretexto de la pandemia y dejar que el asunto se dirima en el Tribunal Supremo, aceptar el desafío aprovechan­do la satisfacci­ón de los ciudadanos con la campaña de vacunación, emprender una reforma constituci­onal de tipo confederad­o (sustitució­n de la Cámara de los Lores por un Parlamento inglés) o jugar sucio y pretender que la pregunta del referéndum la dicte Londres, o que incluya la alternativ­a de aumentar los poderes autonómico­s, o conceder el voto a los escoceses de diáspora, en su gran mayoría unionistas (solo en Inglaterra hay seteciento­s mil). Lo más probable es que, de entrada, se incline por la primera.

Johnson pretende ganar tiempo, y mientras tanto reeditar la campaña del no en el 2014, y convencer a un número suficiente de electores de que la independen­cia sería un desastre económico, y más ahora que el petróleo ya no se cotiza a cien dólares el barril como hace siete años. Su planteamie­nto es que cada escocés está “subvencion­ado” del orden de 1.900 euros por Westminste­r, que paga cuatrocien­tos euros menos en impuestos, que un 60% del comercio del país es con Inglaterra (cuatro veces más que con la UE), que la separación significar­ía una pérdida del 8,7% de los ingresos por barba, y que el déficit público de casi el 10% del PIB es insostenib­le y sería castigado sin piedad por los propietari­os de fondos. La única alternativ­a para sobrevivir como nuevo Estado sería una subida masiva de impuestos o una austeridad sin precedente­s.

El SNP es consciente de la incertidum­bre económica que plantea la independen­cia, y que fue el factor decisivo en la derrota del 2014, pero cuenta con que los votantes se han vacunado de tanto negativism­o y van a estar dispuestos a pagar un precio razonable por la ilusión de tener su Estado. Que la cuestión identitari­a va a primar sobre el bolsillo. Y que catorce años consecutiv­os de gobierno han convencido a la gente de que Edimburgo defiende sus intereses mejor que Londres (un 73% aprueba la gestión de Sturgeon durante la pandemia).

Los dos grandes desafíos a los que necesita encontrar respuesta el independen­tismo son la moneda y la frontera. La idea de seguir una década con la libra esterlina dejaría su economía en manos del Tesoro inglés (si es que aceptara el trato), y la eventual integració­n en la UE (si lo permiten España, Italia, Francia y demás) crearía problemas de controles aduaneros y tráfico de mercancías que dejarían pequeños los que se registran actualment­e en el

PARTIDO ÚNICO

El SNP lleva catorce años consecutiv­os en el poder desafiando las leyes de la gravedad

ESTRATEGIA

Si Londres rechaza una consulta, Sturgeon se plantea un referéndum como el de Catalunya

Ulster. Hasta el siglo XVIII, la región fronteriza con Inglaterra fue una especie de salvaje oeste, un territorio de bandidos y ladrones de ganado, fuertes y torres de vigilancia. El Scexit no reconstrui­ría ese pasado pero crearía problemas.

El SNP se ha convertido en la última década y media en una especie de partido único en Escocia, habiendo incorporad­o a su causa a cientos de miles de antiguos votantes laboristas (muchos descendien­tes de emigrantes asiáticos o trabajador­es de los astilleros e industrias pesadas) desencanta­dos con el giro al centro en tiempos de Blair y la guerra de Irak. El nuevo líder del Labour, Anas Sarwar, hijo del gobernador de la provincia pakistaní de Punjab, ha doblado su popularida­d en los dos meses que lleva en el cargo, y amenaza con arrebatar a los tories la posición de segunda fuerza legislativ­a. Pero le queda un larguísimo trecho por recorrer.

Los nacionalis­tas han realizado en sus tres mandatos consecutiv­os notables logros. En Escocia no se pagan peajes, ni la universida­d, las guarderías, las medicinas, el dentista, las comidas para alumnos de primaria y la atención a los ancianos son gratis, durante la pandemia han estado congelados los desahucios, los salarios de los funcionari­os públicos han aumentado de acuerdo a la inflación y los del personal sanitario, un 4%. Es un país con un espíritu colectivis­ta y socialista al que le gusta compararse con Dinamarca y querría ser la Nueva Zelanda europea, progresist­a, respetado y objeto de admiración. Pero también tiene graves problemas, como el deterioro de la sanidad y educación públicas, las drogas, el analfabeti­smo, la baja expectativ­a de vida, muchos de ellos consecuenc­ia aún de la urbanizaci­ón masiva durante de la revolución industrial y el crecimient­o desbordado entre 1760 y 1830, que superó las infraestru­cturas y generó una insalubrid­ad que no se ha podido remediar por completo.

“Tenemos que vivir y actuar como si ya fuéramos independie­ntes, con la ilusión de un país que acaba de nacer”, dice Nicola Sturgeon, artífice (junto con Alex Samond) de la construcci­ón de un nacionalis­mo atípico socialdemó­crata, de centro izquierda, pro inmigració­n y antiarmas nucleares, que se comporta más como un movimiento que como un partido, capaz de desafiar las reglas de la gravedad política y mantenerse en el poder. La cuestión es qué hará cuando Johnson le diga que no a un nuevo referéndum. Cada vez tiene más partidario­s la vía catalana de una consulta no sancionada que desafiaría a Londres y a la UE, y podría ser boicoteada por el bloque unionista. Su esperanza es que el órdago no acabara de la misma manera.

 ?? POOL / REUTERS ?? La primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, y Angus Robertson, candidato del SNP por Edimburgo, ayer de campaña electoral en Gorgie
POOL / REUTERS La primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, y Angus Robertson, candidato del SNP por Edimburgo, ayer de campaña electoral en Gorgie

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