La Vanguardia

Suecia entierra el cordón sanitario al partido de extrema derecha

Una nueva alianza de derechas con los xenófobos aflora a un año de las elecciones

- NÚRIA VILA MASCLANS

Cuando Stefan Löfven fue reelegido como primer ministro sueco en enero del 2019, remarcó la excepciona­lidad de Suecia al haber escogido “un camino diferente” en un mundo con la ultraderec­ha en auge y con un poder creciente. Tras unas negociacio­nes insólitame­nte dilatadas, el líder socialdemó­crata había conseguido el apoyo de los dos partidos centristas, hasta entonces miembros de la coalición de derechas con conservado­res y democristi­anos, que justificar­on la ruptura arguyendo a un bien superior: seguir aislando a los ultras y privarlos de cualquier influencia política. El denominado acuerdo de enero (socialdemó­cratas y verdes en el ejecutivo y Centro y Liberales como apoyo externo) mantenía a Suecia como una rara avis en Escandinav­ia y en Europa, siendo uno de los pocos países en los que se seguía imponiendo el cordón sanitario a la extrema derecha.

El partido xenófobo, populista y ultranacio­nalista Demócratas de Suecia (SD, por sus siglas en sueco) había conseguido un 17% de los votos en las elecciones de septiembre del 2018, afianzándo­se como tercera fuerza y pisándole los talones a los conservado­res, quienes desde entonces han ido suavizando el mensaje y su postura respecto a su principal competidor. También lo han hecho los democristi­anos que, de forma aún más clara, han aceptado al SD como potencial socio. Y el pasado fin de semana llegó la estocada definitiva a esa excepciona­lidad sueca: el Partido Liberal, uno de los dos centristas que prefiriero­n investir a su anterior rival político antes que dar las llaves del gobierno a la extrema derecha, firmó un acuerdo con conservado­res, democristi­anos y Demócratas de Suecia para intentar frenar la nueva ley de inmigració­n del Gobierno de socialdemó­cratas y verdes.

Este pacto, más simbólico que efectivo –porque estos cuatro partidos no tendrán suficiente­s votos para tumbar la propuesta de ley–, supone la confirmaci­ón de que el SD ya no es aquel partido apestado al que nadie quiere acercarse ni quiere que se le acerque. El cambio de bando de los liberales –pese a su poco peso político– normaliza al SD como un partido tan válido como cualquier otro para negociar y cooperar, lo que supone un cambio radical respecto al statu quo vigente hasta hace poco en el país.

“Suecia ha sido un caso excepciona­l en las últimas dos o tres décadas”, asegura el politólogo de la Universida­d de Göteborg Carl Dahlström, que considera que el cambio responde a “una simple cuestión de matemática­s”. “Tras las últimas elecciones, los conservado­res se dieron cuenta de que nunca podrían ganar poder sin el apoyo del SD”, argumenta.

A falta de poco más de un año para las próximas elecciones, medios y analistas políticos suecos ya dan por hecho que este movimiento de los liberales dibuja un nuevo escenario con un bloque de derechas en el que se cuente con el SD como socio de igual a igual. El primer ministro Stefan Löfven ha lamentado que se ha hecho evidente “un bloque conservado­r de derechas que (de ganar) sería el gobierno más derechista que Suecia ha tenido en muchas décadas”.

Según Dahlström, SD “no pretende convertirs­e en uno más entre los partidos tradiciona­les, sino en un socio aceptable y serio con quien negociar, para ganar influencia”, especialme­nte en el área de inmigració­n, su principal foco y razón de ser. “Tienen antecedent­es con puntos de vista muy extremos, y es justo decir que tienen raíces nazis, aunque el partido ha cambiado desde finales de los ochenta y principios de los noventa”, explica a La Vanguardia este experto en partidos antiinmigr­ación. “Son populistas y antiinmigr­antes; también nacionalis­tas y culturalme­nte conservado­res. Pero si hablamos de la dimensión económica, son de centro o de centroizqu­ierda”, matiza.

Desde que el carismátic­o Jimmie Åkesson se convirtió en líder de SD en el 2005 ha tratado de hacer que el partido sea visto como aceptable, tanto para los votantes en general como para los otros partidos, y ha promovido una imagen más moderada de la formación respecto a sus inicios, vinculados directamen­te a movimiento­s neonazis.

Formado en 1988, el partido entró por primera vez al Parlamento sueco en el 2010 con un 5,7% de los votos, un apoyo que ha triplicado desde entonces, impulsado sobre todo por la crisis de refugiados del 2015. Pese a no tener oficialmen­te ninguna influencia política a escala nacional, sí gobierna en algunos municipios, sobre todo en el sur del país, más afectado por la ola migratoria. Este poder local ha ayudado al SD a potenciar su discurso populista, proponiend­o medidas como la prohibició­n de los mendigos y los velos en las escuelas, o la creación de comunidade­s valladas para evitar el crimen, que el partido asocia directamen­te al incremento de extranjero­s. Además, el discurso centrado en vincular a los refugiados e inmigrante­s con una crisis del Estado de bienestar sueco y una amenaza a la cohesión social ha contribuid­o a moldear la política migratoria de Suecia, que se ha endurecido significat­ivamente en el último lustro, dejando de ser el país de las fronteras abiertas.

FIN DEL AISLAMIENT­O

El pacto contra la nueva ley de inmigració­n normaliza a los ultras como socios aceptables

CÁLCULO ELECTORAL

Los conservado­res ven que para ganar poder necesitan el apoyo de Demócratas

 ?? JONATHAN NACKSTRAND / AFP ?? Jimmie Åkesson, carismátic­o líder del SD, en el Parlamento sueco tras las elecciones del 2018
JONATHAN NACKSTRAND / AFP Jimmie Åkesson, carismátic­o líder del SD, en el Parlamento sueco tras las elecciones del 2018

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