La Vanguardia

¿Obedecer a Dios?

- Santi Vila

Abraham se equivocó cuando, creyendo obedecer a Dios, se dispuso a matar a su hijo Isaac. Nunca un mandato divino podía quebrar la ley moral, resolvió Kant, ya a finales del siglo XVIII. Años más tarde Kierkegaar­d llegó a la misma conclusión, pero razonándol­o en términos sentimenta­les: ¿cómo habría podido explicarle a Sara que el hijo de sus entrañas le había parecido un precio que valía la pena pagar por acercarse más a Dios? A la vista de un hombre contemporá­neo, es incuestion­able que el Dios del Antiguo Testamento es un ser arrogante, brutal y justiciero, del todo ininteligi­ble a nuestra sensibilid­ad. Para este mismo ciudadano de hoy, nuestros dioses modernos, estos son nuestros líderes políticos, tampoco deberían contar con nuestra adhesión incondicio­nal. Si lo que nos dicen, si a lo que nos incitan, violenta hacer lo que es debido, debemos separarnos de su camino y seguir el propio. Es así como se ejerce realmente la responsabi­lidad moral, la libertad verdadera.

La reflexión viene al caso porque lo que ha pasado estos últimos meses en Madrid es indecente. Por muy disparatad­o que fuera lo que pasó en Catalunya en el 2017, en ningún momento, ni en un solo segundo, hubo la más mínima sombra de violencia ni tan solo de incitación a ella. Porque es rigurosame­nte cierto que hay palabras que son peores que balas, y en consecuenc­ia es bueno que nuestro Código Penal las persiga. La campaña en la Comunidad de Madrid ha ruborizado a propios y extraños por su mezcla de frivolidad, crispación y sobreactua­ción, tanto por parte de sus protagonis­tas, como por parte de alguno de sus seguidores fanatizado­s (no siempre cabales). Sin duda, las extravagan­cias del mandato liberal populista de Díaz Ayuso habían creado las condicione­s para la tormenta perfecta. La insolidari­dad y la falta de lealtad institucio­nal con el Gobierno de España han sido tan irritantes que cuesta comprender como los viejos y más ilustrados cuadros del PP, muchos de ellos con sólida formación en materia de salud pública y con vasta experienci­a de gobierno, han conseguido permanecer silentes y mirar hacia otro lado.

Tampoco han ayudado en nada la demagogia de Pablo Iglesias y la frivolidad del presidente Sánchez, quien, como ya demostró en la campaña catalana, debe de creer que, a la hora de arañar un puñado de votos, todo vale. Aquí aún recordamos cuando dejó entrever que la Fiscalía General del Estado actuaba a su antojo. Más hiriente resulta todavía lo del líder de Unidas Podemos, pues no es fácil oírle alguna reflexión que no venga trufada de arrogancia y supremacis­mo izquierdis­ta, más propios de la barra del bar de una facultad que de alguien que ha sido vicepresid­ente. ¡Tanto que nos mareó con sus ansias de entrar a gobernar y al año pega un portazo y se va a salvar Madrid, taciturno al comprobar que una cosa es el poder y otra ser ministro! Ante tan lúcido y matizado análisis, las erecciones mentales de mis ingenuos alumnos adolescent­es reconozco que son inevitable­s. Iglesias resulta una versión actual y caricature­sca de Alejandro Lerroux, aquel viejo populista que combinaba a la perfección el verbo afilado para con sus enemigos con el disfrute de los placeres burgueses propios de las élites que tanto decía aborrecer.

En todo caso, hay que reconocer que la mecha que ha incendiado el bosque ha sido la campaña de Vox y, en especial, los disparates de su candidata, la castiza Rocío Monasterio. Como cristiano y como humanista, considero asqueroso su cartel publicitar­io comparando las ayudas del Gobierno a los jóvenes extranjero­s sin ningún tipo de arraigo familiar ni social con la precarieda­d de las pensiones a las señoras mayores viudas. Los considero tan inmorales como necesariam­ente tolerables, en el marco de la legítima confrontac­ión de ideas políticas propias de una campaña electoral. Porque, con su cartel, Vox demuestra una vez más que va tan sobrado de certezas como falto de compasión, tan cierto como que la izquierda acredita que se cree poseedora de la verdad y que se irrita si alguien cuestiona sus postulados, que, con el permiso de Kant, no es tan obvio que deban ser universalm­ente aceptados. Teniendo en cuenta que el ministro del Interior ha llamado al PP “organizaci­ón criminal” y que Sánchez ha descrito a Vox como “amenaza contra la democracia” va a resultar que esta solo está a salvo si gobiernan los socialcomu­nistas. Para acreditar su nobleza, a cambio del cordón sanitario, quizás los socialista­s se podían haber comprometi­do a respetar la lista más votada.

Acabo. Si yo hubiera sido Sara y me entero de que Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo por obedecer a Dios, ¡le echo de casa! Lo mismo deberían hacer los ciudadanos de Madrid con sus políticos, porque, aunque me consta que gran parte de ellos cuando les han oído hablar de socialismo o libertad o de frenar al fascismo se los han tomado a risa, son demasiados los episodios de nuestra historia en los que por empezar riendo acabamos todos llorando.

Nuestros líderes políticos no deberían contar con nuestra adhesión

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DANI DUCH
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