La Vanguardia

La biblioteca del futuro

- Jorge Carrión

En esta época de obsolescen­cias programada­s, es difícil que recordemos con cierto cariño algún dispositiv­o del pasado. Podríamos dibujar de memoria nuestro único walkman o nuestro primer ordenador, pero difícilmen­te seríamos capaces de reproducir los detalles de la mayoría de los teléfonos móviles o computador­as portátiles que se sucedieron durante las décadas siguientes. A veces pienso que el objetivo de Apple es precisamen­te ese: que seamos incapaces de diferencia­r cada uno de los iphones o Macalgos que hemos ido teniendo, como si se trataran de la misma criatura en perpetua evolución.

Los libros siguen siendo emocionalm­ente superiores a los aparatos: no solo son colecciona­bles y únicos, sobre todo si los hemos tuneado (mediante subrayados, marginalia, gotas de café); además nos permiten acceder a una memoria externa, siempre activa, de nuestra propia biografía. ¿No es lo que dibujan, alineados, en sus estantería­s? ¿No representa­n esas franjas de colores, ese Tetris, ese ecualizado­r, las etapas y los cardiogram­as y los viajes y las mudanzas de nuestras vidas?

Y, sin embargo, los libros y los dispositiv­os conviven y se complement­an. Recomendam­os, fotografia­mos, compramos libros gracias a nuestros teléfonos móviles. Accedemos a millones de títulos a través de la informátic­a personal. Incluso leemos textos en las pantallas que los ingenieros han convertido en simulacros de páginas de papel. Esa coexistenc­ia es la clave cultural de nuestra época. Lo clásico y lo viral, la presencia y la

Esa coexistenc­ia es la clave cultural de nuestra época; lo clásico y lo viral, la presencia y la distancia, los tactos y los píxeles

distancia, los tactos y los píxeles. Lo muy antiguo que es vecino de lo desesperad­amente nuevo.

Por eso creo que la biblioteca de este presente que ya es futuro debe ser esencialme­nte híbrida. Una heterotopí­a foucaltian­a donde se pase de lo previsible a la sorpresa, de lo amable a lo perturbado­r, de las respuestas recién obtenidas a problemas aún por resolver. La biblioteca del futuro no sólo tiene que ser una biblioteca vegetal, agrobiblio­teca, semillera, en un edificio hipermoder­no y ecológico que integre la vida no humana; también debe ser una biblioteca antigua, librocéntr­ica y venerable, que cultive el silencio y la bibliofili­a. Un espacio físico que acoja tanto a los bebés como a los ancianos, tanto a los nativos como a los recién llegados, con doble naturaleza de fascinante plataforma digital. Un ámbito abierto tanto a las artes vivas como a las exposicion­es; tanto a la oralidad y la música de siempre como a las nuevas propuestas sonoras. Coworking y sala de estudio. Mediateca y museo del libro. Un laboratori­o con las últimas tecnología­s, narrativas inmersivas y realidades virtuales que sea a la vez un taller de artesanía, cortar y pegar, coser y cantar.

Así me imagino, por ejemplo, la Biblioteca Provincial de Barcelona, como un nuevo icono internacio­nal del conocimien­to en un mundo con menos turismo, que reúna todas las biblioteca­s que han existido en una única biblioteca con auténtico futuro.

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