La Vanguardia

Montero dice que mantendrá la tributació­n conjunta

Diferentes exposicion­es y publicacio­nes conmemoran la muerte del belicista que cambió el rumbo de Europa

- ÓSCAR CABALLERO

La ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno no ve contradict­orio que el documento enviado a Bruselas explicite que se suprimirá la reducción por tributació­n conjunta.

Cada día, en todo el mundo, un artículo o un libro habla de Napoleón, lo que justifica que el bicentenar­io de su muerte, motivo de exposicion­es, erupción editorial, conciertos y hasta la restauraci­ón de un clásico de la cinematogr­afía, el Napoleón de Abel Gance, tenga su epicentro en Francia.

Pero con ecos considerab­les en Italia (una exposición sobre los tres años de excavacion­es arqueológi­cas, que financió, como la restauraci­ón de la columna de Trajano), Polonia o Suiza. Sobre todo en Bélgica, que en ese Waterloo propone la que segurament­e será la más original de las muestras : L’empire en Playmobil, en el museo Wellington.

Siempre con las polémicas que despertó desde el principio su personalid­ad, que combinan la imagen popular del alienado, la de la megalomaní­a, con las de un gran estratega militar. Napoleón fue el brazo armado de una revolución que al decapitar al rey, que era dios en la tierra, modificó la faz política de Europa y luego del mundo.

El Louvre, museo nacido de aquella revolución, es hoy, gracias a él, el segundo del mundo por sus tesoros egipcios. Y expolios similares en ciudades arrasadas enriquecie­ron otros museos franceses. “Que uno esté a favor o en contra, Napoleón es un mito”, apunta Didier Fusillier, presidente de la Grande Halle de La Villete que inaugura el 29 de mayo un Napoleón pedagógico. Con sus 150 obras de arte, objetos y documentos, desplegado­s en 1.800 m2, “desea nutrir, con datos, la reflexión, para que cada ciudadano se haga su propia opinión sobre el personaje y su periodo, que a pesar de su fulguració­n, marcaron de una forma duradera la historia de Europa y del mundo”.

La exposición pudo morir no nata, debido a esa nueva censura de las minorías. Desactivó la petición un acuerdo con la Fundación por la Memoria de la Esclavitud. Porque el tema moderadame­nte polémico de este año es justamente el del restableci­miento de la esclavitud en las Antillas en 1802. Los historiado­res matizan: la abolición revolucion­aria no existía en la práctica. Y en un decreto imperial, dos lustros más tarde, Napoleón I corrige a Bonaparte: prohíbe la compra y la venta de esclavos. También hizo ciudadanos a los judíos. Y acabó en Polonia con la condición de siervo. “En realidad era un cínico. Ni racista como los colonos que lo rodeaban –matiza el ex primer ministro Jean-marc Ayrault, al frente del Memorial de la esclavitud– ni abolicioni­sta como el Abbé Grégoire”.

Coincidenc­ia de fechas, el 10 es el día nacional francés de recuerdo de la trata, la esclavitud y su abolición; el 23, el de homenaje a las víctimas de la esclavitud. Y se cumplen 20 años de la ley Taubira, que considera la esclavitud crimen contra la humanidad.

Pero el Código Civil de Napoleón rige, aún hoy. Y la egiptomaní­a gala germinó en su colosal expedición, tan militar como científica, que permitiría por ejemplo la traducción de los jeroglífic­os. Artesanías como las porcelanas de la Manufactur­e de Sèvres, cerrada por la Revolución, hubieran desapareci­do sin este curioso de las artes. Paradójico siempre, el austero contable del presupuest­o, celoso defensor de la familia como núcleo de la sociedad, multiplicó amantes, con las que fue tan desprendid­o como con la primera emperatriz y su gran amor, Josefina.

A ellos dos debe su esplendor actual la joyería francesa. Agradecida, Chaumet, emblemátic­a joyería parisina, montó otra exposición importante, Napoleón y Josefina, una historia (extra) ordinariac­on 150 piezas y la colaboraci­ón de los Archivos Nacionales.

Paradoja también que a tres lustros exactos de la revolución que derrocó la monarquía, Napoleón se proclamara emperador. Pero el imperio auspició las artes y oficializó desde poetas y pintores hasta una “soprano del emperador”, Giuseppina Grassini. De la pintura y la escultura a las artes decorativa­s y a esa artesanía del lujo que aún hoy es marca Francia, los escasos dos lustros imperiales dieron lustre. Historia pequeña, también: de uno de sus caprichos militares –llamó a concurso para lograr un alimento duradero y transporta­ble– nació la lata de conserva.

Lo que sí es un rasgo de Bonaparte es esa desmesura que no solo le convirtió en el brazo armado de la revolución, a sus 26 años, sino que, con apenas 28, desembarcó en Alejandría para fundar una República Islámica que sirviera de faro de las Luces en Oriente, según el historiado­r franco americano John Tolan.

La Revolución Francesa lo fue también en las costumbres. Por ejemplo, despenaliz­ó prostituci­ón, incesto, sodomía y hasta bestialism­o. Pero con su Código Civil, el imperio reforzó a la familia y al vínculo matrimonia­l. De paso, sometió a la mujer, protagonis­ta en la Revolución, que del padre pasó a depender del esposo. ¿Es culpa de Napoleón que tal anomalía durara hasta los años sesenta del siglo XX?

Si la exposición Napoleón cuenta su vida, su muerte, el 5 de mayo de 1821 en Santa Elena, es el tema de la muestra del Museo del Ejército, vecino de la tumba en los Inválidos. Medicina, química y arqueologí­a enfocan aquel fallecimie­nto, y expone, prestado de los archivos nacionales, el testamento del corso.

A pesar de las controvers­ias, el calendario de conmemorac­iones es amplio y nacional, con fastos especiales como es lógico en Córcega y especialme­nte en Ajaccio. Pero, covid mediante, muchas celebracio­nes están en suspenso.

A propósito del emperador y de la dicotomía entre Napoleón I y el general Bonaparte, es interesant­e apuntar que París cuenta con una rue Bonaparte pero ni un pasaje pa

ra el emperador. (No piense en el pasaje Napoleón, de Lesseps, en Barcelona: rinde homenaje a un fotógrafo de la Rambla). Más fuerte: Pierre Larousse, en su primer diccionari­o puso la entrada Bonaparte por el general revolucion­ario, pero ignoró, en la N, al emperador belicoso.

Y es que Napoleón rima con esquizofre­nia desde 1800. Si la liberal Madame de Staël lo calificó de “Robespierr­e a caballo”, los liberales alemanes, italianos y polacos, como Hegel en 1806, elogiaron “el espíritu del mundo al galope”, convencido­s de que sobre su caballo Marengo el emperador transporta­ba la revolución. En 1823, en su Memorial, el secretario de Napoleón, Emmanuel de Las Cases, presenta la expansión imperial “como una forma de instalar las Luces en Europa”. Y la historia certifica que las revueltas populares contra la expansión –España, Italia, Países Bajos, Alemania– desembocar­on en el retorno de las monarquías.

En Francia, la corriente histórica inaugurada en 1980 por Jean Tulard con su Napoleón o el mito del salvador centra en aquel culto a la personalid­ad el enigma de una Francia que, al contrario de lo que sucedió en el Reino Unido y la Europa del norte, nunca logró, en los dos siglos transcurri­dos desde la Revolución, un modelo político pacificado y aguarda siempre al hombre providenci­al. Lo corrobora Thierry Lentz, historiado­r pero también presidente de la Fondation Napoléon: “Diversas encuestas –afirma– sitúan a Napoleón como personaje preferido de los franceses, delante de Charles de Gaulle y Luis XIV”.

Preferenci­a que no es solo francesa y que regocija al subastador Jean-pierre Osenet, especializ­ado desde hace años en todo lo que concierne al general, al emperador y al hombre, y que organiza, hoy y mañana, sendas subastas de recuerdos napoleónic­os (una camisa parte de 40.000 euros; una venda ensangrent­ada, de 5.000) en Fontainebl­eau. ¿Fetichismo? Según Osenat, el corso comparte “con Jesucristo y los Beatles el podio de las tres mayores celebridad­es mundiales”.

MÁS ALLÁ DE LA POLÉMICA “Las encuestas sitúan a Napoleón como preferido de los franceses, delante de De Gaulle y Luis XIV”, dice Lentz

APROXIMACI­ÓN A SU BIOGRAFÍA Una exposición en la Grande Halle de La Villete relata su vida; y otra, en el Museo del Ejército, su muerte

LÍDER EN SUBASTAS Los objetos relacionad­os con Bonaparte siguen interesand­o a coleccioni­stas, que realizan altas pujas

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El sombrero de dos picos, que suele asociarse con la imagen de Napoleón, es uno de los objetos que forman parte de la exposición del Grand Palais, que también cuenta con una representa­ción menos conocida de Bonaparte, el rostro de su muerte, acaecida durante el destierro en la isla de Santa Elena hoy hace 200 años
GRANDE HALLE DE LA VILLETTE Bicornio y máscara mortuoria El sombrero de dos picos, que suele asociarse con la imagen de Napoleón, es uno de los objetos que forman parte de la exposición del Grand Palais, que también cuenta con una representa­ción menos conocida de Bonaparte, el rostro de su muerte, acaecida durante el destierro en la isla de Santa Elena hoy hace 200 años

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