La Vanguardia

Paraísos vaciados ÁFRICA

La mínima afluencia de visitantes en la icónica reserva del Ngorongoro, en Tanzania, ofrece postales nunca vistas y refleja el enorme impacto de la pandemia en las joyas naturales de África

- XAVIER ALDEKOA Ngorongoro (Tanzania). Correspons­al

Parece una foto fija del Edén. Sobre un montículo de tierra en mitad de la llanura, dos leones macho se desperezan y dejan que la brisa peine su melena. A sus espaldas y a una distancia prudencial, una manada de cebras y ñús pastan con el nervio inquieto por la presencia de los felinos y en el horizonte se recorta la silueta de tres elefantes, que avanzan entre la hierba alta del Ngorongoro, un antiguo volcán en el norte de Tanzania en cuyo cráter, de 20 kilómetros de diámetro, se erige una de las reservas de vida salvaje más impresiona­ntes de África.

Hay otro motivo que rememora el Edén: el silencio. Pese a la presencia de los leones, no se oye un solo clic de cámaras de fotos ni el rugido de los motores de todoterren­os.

El guía tanzano Vicent Faresi Maro aporta el contexto: “Antes de la pandemia, aquí habría cincuenta o sesenta coches llenos de turistas haciendo fotos sin parar a dos leones machos como esos”.

La soledad, solo interrumpi­da veinte minutos después por la llegada de un 4x4 con turistas del este de Europa, es el síntoma de un impacto continenta­l. La pandemia de la covid y la parálisis del turismo mundial han vaciado el icónico parque del Ngorongoro y otras joyas naturales africanas y han provocado un enorme impacto económico en el sector del turismo de vida salvaje que, según el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC en sus siglas en inglés) en época prepandemi­a generaba empleos directos para 3,6 millones de africanos —casi 9 millones indirectos— y un negocio de más de 29.000 millones de dólares anuales.

Desde la Autoridad de Conservaci­ón de la Reserva del Ngorongoro suman otra cifra demoledora: antes de la covid, cada día entraban al cráter entre 400 y 500 todoterren­os; desde que Tanzania se abrió el turismo en el mes de octubre pasado, la media es de apenas 15 o 20 vehículos diarios.

Para Faresi, empleado de la agencia catalana Rift Valley, la tranquilid­ad para la fauna y el privilegio de ver en petit comité un espectácul­o de la naturaleza tan abrumador no compensa el sufrimient­o de miles de trabajador­es locales. “El turismo se ha derrumbado y nos afecta mucho. Los guías, conductore­s y empleados de hotel dependemos de los turistas y la mayoría no tenemos trabajo. Yo mismo llevaba cuatro meses sin hacer un solo safari y mi economía estaba mal. Antes mi hijo y mi hija comían para desayunar pan y mantequill­a o aceite, incluso huevos por la mañana; ahora no podemos”.

El desplome de visitas en el Ngorongoro es el de todo el continente. Según el portal Safaribook­ings.net, que desde marzo del año pasado elabora una encuesta mensual a cientos de tour operadores de safaris africanos, en el último año nueve de cada diez empresas del sector han sufrido una reducción de más del 75% de sus reservas. Lo peor es que aún no se ve la luz al final del túnel. Jane Bettenay, del Ulinda Safari Trials de Botswana, cree que la recuperaci­ón no llegará hasta el año próximo. “La pandemia está aún en la mente de los viajeros y aún no se sienten seguros para viajar. Quizás en el 2022 será mejor… si podemos sobrevivir hasta entonces”.

Ni siquiera el avance de la vacunación en los países occidental­es –en el continente apenas se ha ad

ministrado el 1% de las dosis mundiales– ha cambiado todavía la tendencia. “En las últimas dos semanas –explica el sudafrican­o Walter Kohrs– hemos visto un incremento de la demanda de informació­n, pero no se ha traducido realmente en más reservas. Mucha gente sondea porque tienen ganas de venir, pero no están preparados para reservar un viaje. Es complicado”.

Aunque la parálisis de viajeros ha afectado a nivel mundial, el desplome de las visitas de vida salvaje en África ha sido una hecatombe en un sector que genera uno de cada tres euros del turismo en el continente africano.

Desde lo alto del cráter, con una vista privilegia­da a la reserva, una hilera de sillas vacías en la terraza del Wildlife Ngorongoro Lodge ilustra el desánimo general. En otros años, las 80 habitacion­es del hotel, con capacidad para casi 200 personas, estarían ocupadas desde hace meses. Su director, el tanzano Ajay Bahl se desespera por la deriva de un negocio que antes de la covid iba viento en popa: “Antes este hotel era un éxito absoluto, hoy tenemos solo diez clientes, y mañana ninguno, la semana que viene no lo sabemos”. Desde hace meses, Bahl trata de ahorrar costes a la desesperad­a: además de rebajar los datos de internet para los clientes (ahora el wifi solo está disponible en el comedor), recortar la variedad del menú o la presión del agua de las duchas, ha rebajado a la mitad su plantilla de 70 trabajador­es. Para mitigar el impacto en las familias, ha optado por una decisión salomónica y los empleados trabajan en turnos de dos semanas.

Bahl insiste que Tanzania es uno de los países más seguros de África para viajar y destaca las bajas cifras de infectados del país. En realidad es una verdad a medias: aunque oficialmen­te el país solo ha registrado 509 positivos y 21 muertos, el gobierno tanzano es negacionis­ta y dejó de contabiliz­ar las cifras de positivos en mayo del año pasado. Su presidente, John Magufuli, fallecido en marzo por problemas de corazón según el gobierno, a causa de la covid para la oposición, se negó a aceptar la amenaza de la pandemia, rechazó las vacunas y adoptó unas medidas peculiares para defender a su población: les exhortó a rezar y tomar un brebaje tradiciona­l a base de jengibre, cebollas y limón. Para Bahl, más allá de la tormenta polémica sobre las medidas gubernamen­tales, la realidad en el terreno es un remanso de paz. “La situación es de calma y los visitantes están en espacios abiertos, pueden estar unos días sin mascarilla y visitar uno de los países más bonitos del mundo”.

Un informe de la Unión Internacio­nal para la Conservaci­ón de la Naturaleza advierte del riesgo para la naturaleza de que los turistas no vuelvan pronto a las reservas. Según el estudio, más de la mitad de las áreas protegidas en África han tenido que detener o reducir sus patrullas contra la caza furtiva por falta de fondos y el descenso de ingresos ligados a la industria, además del impacto económico general de la pandemia, ha empujado a vecinos de las reservas a cazar pequeños animales para tener acceso a carne para alimentars­e. Según Rachel Golden, una de las coautoras del informe, la situación es límite. “No podemos permitir que la actual crisis ponga en peligro nuestro entorno natural”.

En el extremo oeste del continente, en Gambia, el guía y responsabl­e de la agencia Terres Llunyanes en el país, Malang Sambou cree precisamen­te que los parques naturales africanos pueden ser la solución y los califica de la “puerta de reconexión” del sector. En julio tiene confirmado­s dos grupos de visitantes catalanes para visitar el Parque Nacional River Gambia, los primeros desde el inicio de la pandemia, y no le sorprende esa elección por la naturaleza. “Hemos estado encerrados mucho tiempo y los parques naturales son lugares amplios y amables, donde no hay mucha concentrac­ión de personas en un mismo lugar. Una reserva es el sitio ideal para perder el miedo a viajar”. Para el guía gambiano y presidente de la asociación de desarrollo Mbolo, hacerlo ya, antes de que se reactive el turismo global, es además una oportunida­d única. “Hace mucho tiempo que los animales no habían vivido un periodo tan largo sin la presencia de personas. Una visita ahora permite ver por primera vez cómo ha vivido la vida salvaje esta situación tan extraña de ausencia de humanos”.

La vida salvaje genera uno de cada tres euros del turismo en África: son 3,6 millones de empleos directos

Más de la mitad de las áreas protegidas han parado sus patrullas contra la caza furtiva por falta de fondos

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Los animales lo notan. Según los expertos, la ausencia de visitantes afecta al comportami­ento de los animales
LA VANGUARDIA Sin turistas. pandemia ha propiciado postales de soledad imposibles en condicione­s normales en el Ngorongoro La Los animales lo notan. Según los expertos, la ausencia de visitantes afecta al comportami­ento de los animales
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LA VANGUARDIA Vacío. La terraza vacía de uno de los hoteles del cráter es un síntoma: las reservas del establecim­iento han caído más del 90%
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XAVIER ALDEKOA
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LA VANGUARDIA

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