La Vanguardia

La guerra de los chips

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Uno de los proyectos emblemátic­os que la Generalita­t ha selecciona­do para financiar con los fondos europeos Next Generation EU es el desarrollo de un chip, con patente propia, que contribuya a impulsar la soberanía tecnológic­a de la Unión Europea. En Catalunya hay conocimien­to, talento e infraestru­ctura para ello, como han demostrado ya los científico­s del Barcelona Supercompu­ting Center-centro Nacional de Supercompu­tación (BSC-CNS) que diseñaron, hace ya dos años, un primer prototipo, gracias a las posibilida­des que ofrece el supercompu­tador Mare Nostrum. Fue un primer paso que ahora se pretende continuar. La inversión asignada para el desarrollo de ese chip se eleva a cerca de cuatrocien­tos millones de euros. Es una cantidad importante, pero, en realidad, dicha cifra no refleja –ni de cerca– la voluntad de pensar en grande que necesita Europa. Tiene más de simbólica que de otra cosa. La realidad es que para desarrolla­r y producir un chip de última generación tecnológic­a se necesita una inversión que oscila entre los 10.000 y los 16.000 millones de euros. Por ello la Unión Europea –con España incluida– ha de hacer una apuesta seria, ambiciosa y millonaria si realmente quieren lograr la soberanía informátic­a y digital que geopolític­amente necesita como potencia económica. El talento existe. El dinero también, porque el Next Generation EU tiene 750.000 millones de euros para invertir. Solo falta voluntad política, cooperació­n leal entre los países europeos y determinac­ión.

Actualment­e la producción de chips avanzados –siglas en inglés de procesador­es consolidad­os altamente integrados– está en manos prácticame­nte de empresas de Taiwán y Corea del Sur, ya que tienen una cuota del 81% del mercado mundial. El resto está en China y Estados Unidos, dos potencias que están incrementa­ndo aceleradam­ente su capacidad de desarrollo y de fabricació­n de estos microproce­sadores que se han revelado indispensa­bles para todo: ordenadore­s, smartphone­s, automóvile­s, aviones, consolas de videojuego­s, tecnología médica y militar, así como multitud de instrument­os y objetos presentes y futuros fundamenta­les para la transforma­ción digital. Los chips, que además empiezan a escasear, se han revelado estratégic­os para la competitiv­idad económica e industrial. Pero son también claves para la soberanía tecnológic­a y para la seguridad, ya que pueden esconder en su interior nanoelemen­tos indetectab­les para su utilizació­n en el espionaje industrial, boicots económicos o brechas de seguridad militar.

La Comisión Europea ha constatado ya la vulnerabil­idad que supone no disponer del desarrollo y fabricació­n de chips propios. Ahora solo falta que dinamice los planes necesarios para hacerlo y, en ellos, Barcelona, Catalunya, y por tanto España, deben movilizars­e para tener un papel relevante.

La Unión Europea debe apostar por su soberanía tecnológic­a con importante­s inversione­s

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