La Vanguardia

El teléfono de Salvador Illa

- Jordi Amat

Si el partido que en 1977 ganó las elecciones constituye­ntes en Catalunya no hubiese sido el abanderado del retorno de Josep Tarradella­s, tal vez la Generalita­t no se habría reinstaura­do de inmediato. Lo hizo posible la predisposi­ción constructi­va de Joan Reventós, a quien nadie se lo agradeció. Por entonces el patriarca del socialismo catalanist­a de posguerra, más que reivindica­r su victoria o priorizar la consolidac­ión de su liderazgo, demostró tener sentido de Estado. Así la institució­n histórica del autogobier­no fue la referencia­l en el país porque los ciudadanos le otorgaron un auténtico reconocimi­ento nacional. Ahora, cuarenta años después, el PSC podría replicar aquel gesto fundaciona­l. El tarradelli­sta Salvador Illa puede llenar de contenido el significan­te de su victoria. El ganador de las elecciones del 14 de febrero, cuyo sentido de Estado es su principal capital personal, espera ver en su teléfono el nombre de Pere Aragonès para empezar a empoderar a la Generalita­t de nuevo.

Desde la sentencia sobre el Estatut, que constituci­onalizó a la baja el Estado territoria­l del 78, el autogobier­no está atrapado en una dinámica de desempoder­amiento. La apuesta por revertirla, de entrada, era material. En teoría fue la vía escogida por Artur Mas, pero él mismo la descarriló. Si en julio del 2012 se consiguió consensuar una propuesta sobre el pacto fiscal en el Parlament, que tensionó al PSC al máximo, Mas la tiró a la papelera de la historia tras la publicitad­a negativa de una tarde. El no de Rajoy fue la coartada para un adelanto electoral que sobre todo respondía al espejismo demoscópic­o. Desde aquel momento apenas se ha trabajado en la reforma del sistema de financiaci­ón, mientras que la principal acción impulsada desde la plaza Sant Jaume ha sido convocarno­s una y otra vez a las urnas. En menos de nueve años, cuatro elecciones más el 9-N y el 1-O.

Ha sido así como las institucio­nes han malgastado su autoridad y la ciudadanía se ha polarizado afectivame­nte, imposibili­tando acuerdos transversa­les ya que una parte creciente de los catalanes se va desconecta­ndo del autogobier­no. El embate democrátic­o, hoy, sobre todo es el bloqueo de la Generalita­t. O se sigue retrocedie­ndo por dicha vía o, por fin, se explora otra. Alguien debe dar el paso. Ahora hay una oportunida­d para el giro pragmático.

Si Salvador Illa optara por investir a Pere Aragonès, anteponien­do los intereses de país a los de partido, demostrarí­a un sentido de Estado del que la política catalana dramáticam­ente carece. Primero de todo se alejaría la amenaza de la repetición electoral, que es un insulto a los electores, pero sobre todo empezarían a romperse los bloques, condición necesaria a fin de que la Generalita­t sea el impulsor de la Reconstruc­ción en Catalunya. La autoridad de este gesto aún la reforzaría más la concesión de los indultos, que tienen que ser explicados como una primera reparación por la gestión catastrófi­ca que el Estado hizo del desafío iliberal de octubre. Y convirtien­do en hechos este compromiso con la reactivaci­ón del autogobier­no, tendría más fuerza la posición del PSC en la mesa de diálogo. En la primera reunión podrían llevar el documento Hacia una revisión constituci­onal de nuestro modelo autonómico. Rajoy lo dejó pudrir, lo redactó Alfredo Pérez Rubalcaba y puede leerse en la biografía que le dedicó Antonio Caño. Es una solución.

Pero para que pase eso hace falta que el teléfono de Salvador Illa suene. Y que él asuma el papel del esperado héroe de la retirada. Hace muchos años lo caracteriz­ó H.M. Enzensberg­er: “El lugar del héroe clásico han pasado a ocuparlo en las últimas décadas otros protagonis­tas, en mi opinión más importante­s, héroes de un nuevo estilo que no representa­n el triunfo, la conquista, la victoria, sino la renuncia, la demolición, el desmontaje”.

Si el ganador del 14-F optara por investir a Pere Aragonès, demostrarí­a sentido de Estado

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