La Vanguardia

La vida a bordo de un coche

- Mariángel Alcázar

Ahora que han rebajado la velocidad para transitar en vías urbanas no sé qué va a ser de los que siempre tienen prisa. Vas a 80 por hora por el carril del medio en una vía rápida con ese límite de velocidad y te adelantan por la derecha y por la izquierda; y no solo eso, te hacen luces y como te descuides se acercan tanto a tu parte trasera que empiezas a pensar que también habría que denunciar el acoso automovilí­stico. Te consuelas pensando que los que te dejan atrás, mientras te miran de soslayo, deben de circular a una velocidad suficiente­mente transgreso­ra como para que les frían a multas.

La calma no está de moda, ni tampoco los coches pequeños. Tras la moda de los todoterren­os, más propios del París-dakar, ahora, por lo visto lo que mola son los SUV (sport utility vehicle), es decir, utilitario­s deportivos; unas moles desde las que siempre te miran de arriba abajo. Que no te gusten los coches es un problema, porque todo el mundo parece entender de carrocería­s, motores y accesorios, y siempre quedas mal cuando eres incapaz de abrir la tapa del depósito de la gasolina; por eso prefiero repostar en gasolinera­s con empleados y también porque soy de las que piensan que prescindir de ellos perjudica el empleo. Eso sin contar con que en las estaciones de autoservic­io la mayoría de los conductore­s cuando van a pagar dejan el coche junto al surtidor y, ojo, no protestes por lo que tardan en salir de la tienda, que parece que aprovechan para, además de abonar la gasolina, hacer la compra.

El mundo de la circulació­n siempre ha sido muy agresivo, parece como si dentro de un coche algunos se creyeran gigantes. Cuanto más potente y grande es un vehículo mayor es la intimidaci­ón. Será que aún no he superado el terror que me produjo la película de Spielberg El diablo sobre ruedas.

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