La Vanguardia

Sentimient­o de culpa

- Francesc-Marc Álvaro

No soporto a los progres de salón ni a los liberales de cartón piedra

En un artículo de Zadie Smith doy con algo que es clave para entender la política de nuestro tiempo: “Cuando pienso en mis padres, a menudo me asalta un cierto sentimient­o de culpa por haber hecho las cosas que ellos nunca pudieron hacer y por haberlas hecho a su costa, usando su tiempo, como si no fuesen nada más que eso: guardianes del tiempo”. Puedo suscribir como propia la reflexión de la escritora inglesa, a pesar de que nuestras respectiva­s circunstan­cias personales no tienen nada que ver, salvo el hecho de formar parte ambos de la llamada generación X, esa que viene después de los baby boomers. La culpa por gozar de un mundo menos bestia que mis padres puede ser un falso problema, pero les aseguro que condiciona mi mirada sobre la realidad. Y es una culpa que también choca con las quejas y reproches que nos sueltan, a menudo, los millennial­s.

Lo que pasa entre las distintas generacion­es construye conciencia política. La forma cómo mis padres se auto-explotaron bajo el desarrolli­smo franquista (como tanto hijo de vecino) para que yo tuviera un futuro mejor que el que tuvieron ellos ha influido poderosame­nte en mi idea del esfuerzo, de la responsabi­lidad y del mérito. También en mi idea de la libertad y la igualdad. Debe de ser por eso que no me permito ciertas frivolidad­es (de derecha o izquierda) ni ciertas simplifica­ciones, pues todavía veo hoy los rostros cansados de mis progenitor­es, enganchado­s a la rueda del pluriemple­o para convertirs­e en algo cercano a esa clase media precaria que surgió bajo la dictadura. Un curioso efecto colateral de todo ello es que no soporto a los progres de salón ni a los liberales de cartón piedra, productos ambos de un desprecio dogmático incurable por la experienci­a compleja y concreta de las gentes.

La política que me interesa es la que, de algún modo, se acuerda del coste tremendame­nte salvaje que tuvo la apuesta de nuestros padres por construir este mundo que habitamos, renunciand­o a tanto y siendo conejillos de Indias (sin saberlo) de una modernidad improvisad­a, tardía, cutre y bastante hueca. Ellos no se han quejado nunca. Estemos a su altura, si puede ser.

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