La Vanguardia

Aicha, sola en el mar y rodeada de muertos

El conmovedor relato de una de las supervivie­ntes del cayuco que llegó a la isla de El Hierro con 24 cadáveres a bordo

- DOMINGO MARCHENA

Ya conocíamos el terror que sienten los náufragos perdidos en la inmensidad del mar. El arte se ha apasionado por este tema, con cuadros casi inscritos en nuestro ADN colectivo, como La balsa de la Medusa, de Théodore Géricault (1791-1824). También conocíamos los efectos de la sed, el miedo y el hambre entre quienes navegan a la deriva. “La lengua se vuelve negra y se hincha hasta que no cabe en la boca”.

El entrecomil­lado es del navegante estadounid­ense Steven Callahan, de 67 años, que estuvo perdido en un bote salvavidas en el Atlántico. Callahan narró su odisea en A la deriva: 76 días perdido en el mar. Su libro forma parte ya de un subgénero literario, el de los vagabundos reales del océano, con títulos señeros de la literatura como Relato de un náufrago, de García Márquez.

Otras memorias para sentirse “como un punto y aparte en un libro lleno de páginas en blanco” (Steven Callahan dixit) son las de la familia Robertson, 38 días a la deriva: Vida o muerte en el mar. Más recienteme­nte, el salvadoreñ­o José Salvador Alvarenga pasó 438 días a la deriva en el Pacífico. Su gesta se narra en Salvador ,de Jonathan Franklin. Lo que nadie ha explicado aún es qué se siente en el mar rodeado de muertos.

Quizá algún día Aicha reúna las fuerzas suficiente­s para legarnos su terrible experienci­a por escrito. Esta chica subsaharia­na de 17 años es una de las tres personas que logró sobrevivir en un cayuco que estuvo tres semanas a la deriva, hasta que un helicópter­o del ejército español localizó la frágil embarcació­n a casi 500 kilómetros al sudoeste de la isla canaria de El Hierro, el 26 de abril.

Era un ataúd flotante. En el cayuco apareciero­n 24 cadáveres, 22 adultos y dos menores. ¿Por qué Aicha y dos personas más, dos varones, sobrevivie­ron? No hay explicacio­nes racionales para su increíble resistenci­a. Tampoco lo hay para explicar el horror del que fueron testigos. El cayuco zarpó el 4 de abril de una playa de Mauritania, con unos 60 pasajeros. La mayoría, por no decir todos, no sabía nadar.

Aicha ha explicado a la BBC que en dos días se quedaron sin víveres. Y en cuatro, sin combustibl­e. Salieron de Mauritania con solo 42 litros de agua, ni siquiera uno por persona. “La desesperac­ión de algunos hizo que bebieran su propia orina o agua del mar, que recogían con un zapato”. Al principio, los supervivie­ntes arrojaban por la borda los cadáveres de quienes fallecían.

Con la sed pueden venir los delirios. Numerosos relatos de náufragos explican que en más de una ocasión creyeron oír los motores de los aviones de rescate. Ningún aparato, sin embargo, surcaba el cielo. Eran espejismos sonoros. El balsero cubano Leandro Gómez Reyes, que estuvo 23 días a la deriva por el Caribe, explicó a La Vanguardia que una noche creyó estar en medio de una fiesta, y no en el océano.

¿Pensarían también Aicha y los otros dos supervivie­ntes que era un espejismo el sonido del avión que los avistó durante unas maniobras militares? Quizá lo pensaron porque el avión desapareci­ó poco después. Por fortuna, había dado ya las coordenada­s a un helicópter­o de rescate, que los localizó a 265 millas náuticas al sudoeste de El Hierro.

Esa distancia equivale a 491 kilómetros. Imaginad una línea recta entre Niza y Barcelona. En un extremo, el cayuco; en el otro, El Hierro. E imaginaos ahora un día tras otro, sin comida ni agua. “Al principio rezábamos y tirábamos los cadáveres, pero después se acabaron las fuerzas para rezar y para arrojar los cuerpos”, ha explicado Aicha a la BBC.

No era la primera vez que esta joven naufragaba. Ya le ocurrió

“Al principio rezábamos y tirábamos los cuerpos al agua, pero después se nos acabaron las fuerzas incluso para rezar”

hace seis meses, cuando abandonó la casa de sus padres y trató de llegar a Europa. Recorrió desiertos donde también podría haber muerto. Cuando llegó a suelo firme, necesitó diez días de hospitaliz­ación antes de ponerse de pie. Ayer, en un encuentro organizado por la BBC, se reencontró con uno de sus salvadores, el cabo Juan Carlos Serrano, que viajaba en aquel helicópter­o.

“Cada día es un regalo, no un derecho”, dice el navegante con el que abríamos estas líneas. Pero Steven Callahan buscaba una gesta deportiva, participar en una regata transatlán­tica en solitario entre las Canarias y la isla de Antigua, en el Caribe. Aicha, que buscaba salvarse, ha tenido muy pocos regalos. En la tierra y en el mar. Tuvo uno inmenso, sin embargo, el día que miró incrédula al cielo y vio que era verdad.

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BORJA SUAREZ / REUTERS Una nave de Salvamento Marítimo remolca al puerto de Los Cristianos el cayuco de Aicha

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