La Vanguardia

Mitterrand, Lang y nosotros

- JOAN DE SAGARRA

El pasado jueves, las revistas francesas –Le Point, Marianne, L’express, L’obs…– que suelo comprar cada semana en el quiosco de Francesc Macià rendían “homenaje” a François Mitterrand. ¿Por qué? Pues porque aquel jueves, 13 de mayo, se cumplían cuarenta años del día en que François Mitterrand se hizo con la presidenci­a de la República Francesa.

He escrito “homenaje”, entre comillas, porque entre las revistas que acabo de mencionar hay algunas que más que homenajear a Mitterrand se dedican a tomar nota de todas las traiciones del presidente y su partido, el partido socialista, a “la gauche”, la izquierda de Jaurès, de Clemenceau, de Blum y de Mèndes France, de la que Mitterrand y los suyos se considerab­an herederos. La redacción de Marianne menciona nada menos que cuarenta traiciones a “la gauche”, traiciones cometidas por Mitterrand, sus ministros y, a partir del 2012 y durante cinco años, por el presidente socialista François Hollande y sus acólitos, amén de alguna que otra traición posterior de Jean-luc Mélenchon (¿Mélenchon “la gauche”?) o de Manuel Valls. Cuarenta traiciones: diez páginas de Marianne por una sola dedicada a esa gauche que, al parecer, también hizo alguna que otra “merveille”, como abolir la pena de muerte.

En cuanto a la crónica de nuestro correspons­al en París, Eusebio Val

(La Vanguardia, 13 de mayo), no me sorprendió que citase el libro

Vidas paralelas de Michel Onfray, en el que el intelectua­l de la derecha traza un paralelism­o entre los personajes de De Gaulle y Mitterrand y nos presenta a este último como un hombre de la extrema derecha que, por oportunism­o, se disfrazó de socialista, y le echa en cara desde las ejecucione­s que se llevaron a cabo en Argelia cuando Mitterrand fue ministro del entonces gobierno socialista hasta el genocidio de Ruanda, pasando por la Francia engullida por Europa y el capitalism­o (Maastricht y el euro). Pero, todo sea dicho, nuestro correspons­al se muestra más generoso que la redacción de Marianne llegado el momento de mencionar las maravillas de aquel hombre de la extrema derecha del que nos habla Eusebio Val: desde la abolición de la pena de muerte a doblar el presupuest­o destinado a la cultura, amén del aumento del salario mínimo, la reducción de la jornada laboral, la despenaliz­ación de la homosexual­idad, etcétera, etcétera.

Yo no sé si Mitterrand era, como afirma Michel Onfray, un hombre de la extrema derecha que se hizo pasar por un socialista. Podría ser. Recuerdo un Mitterrand que dedicó muchas pestes a De Gaulle y que después de catorce años en el poder acabó convirtién­dose en un monarca que nada tenía que envidiar al mismísimo general. A fin de cuentas, resulta difícil dar con un francés que no te reconozca que, con sus traiciones y sus maravillas, François Mitterrand es, con Charles de Gaulle, el mayor, el más carismátic­o personaje político que ha conocido la Francia del pasado siglo.

A Mitterrand –¡y a Robert Badinter, su ministro de Justicia!– tengo que agradecerl­es que acabaran con la pena de muerte, con la guillotina que, de jovencito, cuando estudiaba Derecho Penal con “el bello Octavio”, me quitaba el sueño tanto o más que nuestro garrote vil. Pero también tengo que agradecerl­e a Mitterrand y a Jack Lang, su ministro de la Cultura, lo que hicieron por el libro –precio fijo– y las pequeñas librerías, así como por el teatro que, en aquellos años, era mi pasión y uno de mis medios de vida (era crítico teatral).

A Jack Lang le conocí en 1967, cuando fui a cubrir el Festival Mundial de Teatro Universita­rio que se celebraba en Nancy y del que Lang era el fundador y director. Fue Horacio Sáenz Guerrero, a la sazón subdirecto­r de La Vanguardia, quien me mandó a Nancy y le estaré agradecido toda mi vida. Yo era un espectador teatral criado, en cierto modo, en Aviñón, en el festival de Jean Vilar –“la cultura, el teatro es un servicio público, como el agua, el gas y la electricid­ad”, como decía aquel catalán de Sète- y Nancy fue para mí todo un descubrimi­ento. Nancy era el futuro: lo que luego fueron Els Joglars, Els Comediants, La Fura dels Baus, La Cuadra de Sevilla y el mismo Lliure, el Lliure de Carlota Soldevila, que conocía el teatro francés de primera mano; de Fabià Puigserver, que nos llegaba de la Polonia de Grotowski y de Kantor; y de Lluís Pasqual, que era un fan de Chéreau y de Strehler, el Giorgio Strehler del Piccolo de Milán.

A raíz de los cuarenta años del triunfo de Mitterrand, leo que la editorial Bouquins va a publicar Les archives de Jack Lang. El periodista Frédéric Martel ha tenido acceso a los archivos de Lang y todo parece indicar que el resultado (1.312 págs. 32 euros) es excepciona­l. No hay que olvidar que Lang y Strehler son quienes ofrecen a Lluís Pasqual la dirección del parisino Théâtre de l’odéon –Théâtre d’europe, después que el director del Centro Dramático Nacional triunfase en Milán, en el Piccolo, con El público de Lorca. A Lang lo recuerdo en Sitges, en septiembre de 1981, con Ionesco y Colette Godard (Le Monde), en el curso de teatro europeo que dio la Universida­d Internacio­nal Menéndez Pelayo. También me habló de él el alcalde Pasqual Maragall cuando encargó a Lluís Pasqual la llamada Ciutat del Teatre, en Montjuïc, el “oponente” al TNC de Flotats/ Bofill/ Cahner (dakoi de Pujol).

Me pregunto si en los archivos de Jack Lang habrá algún material relacionad­o con el teatro español y, concretame­nte, con el catalán. ¿Qué opinión tenía el ministro francés de los años en que Pasqual estuvo al frente del Odéon? ¿Estaba Lang al corriente de la Ciutat del Teatre, se le pidió su opinión? Por cierto, ¿cuánto dinero se gastó en dicho proyecto, quién se lo cargó? Se merecería un librito.

¿Qué opinión tenía el ministro francés de los años en que Lluís Pasqual estuvo al frente del Odéon?

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JEAN-CLAUDE DELMAS / AFP François Mitterand, en una foto de archivo, en la campaña electoral de 1981
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