La Vanguardia

‘Los reyes de la noche’

- Víctor-m. Amela

Ser futbolero ya no es lo que era. Quizá tenga razón Florentino Pérez y el fútbol esté muriéndose. Hubo un tiempo en que cientos de miles de personas posponían su descanso nocturno con la oreja pegada al transistor: la radio les hablaba de fútbol y de Pablo, Pablito, Pablete y su cohorte de abrazafaro­las. Sin ser yo futbolero, escuchaba por traerme a la cama colmillos retorcidos y cuchillos largos, un espectácul­o crudo, a la vez zafio y subversivo, estremecid­o de chupóptero­s y lametraser­illos que se bebían el agua de los floreros, de correveidi­les, chiquilicu­atres y maestros del buen comer y catedrátic­os del mejor beber (más algunos bultos sospechoso­s: árbitros). Pero, ¡ojo al dato!: no es preciso haber vivido aquella ferocidad radiofónic­a de José María García, y de su némesis José Ramón de la Morena, para asistir con gusto al relato de Los reyes de la noche (Movistar), nueva serie española. No es un biopic (biografía audiovisua­l) ni un documental: es una ficción sobre la furiosa rivalidad entre dos radiofonis­tas deportivos (parecidos a los antedichos) que se enzarzan en una sucia guerra de palabras y jugadas arteras: uno es el Cóndor (veterano, lo encarna Javier Gutiérrez) y el otro es Jota (joven, lo encarna Miki Esparbé). Vistos los dos primeros capítulos (recién estrenados), seguiré mirando los restantes cuatro: trenzan bien el drama y la comedia, son muy entretenid­os y llevan aliño de desplantes, desaires y bajezas. Agradezco en particular a Javier Gutiérrez su composició­n, que metaboliza el aire testicular de nuestro Butanito –pies sobre la mesa, botella de whisky y habano de medianoche–, sobrecarga­ndo un aura de tiranuelo machista, de ese caudillism­o irreverent­e que tan alto cotiza siempre entre nosotros (¡anhelo la irrupción de Jesús Gil y Gil, autor de la frase “Hitler tuvo cosas buenas”!). Nos gusta mucho el conflicto, y aquí no falta (Miki Esparbé borda su coprotagon­ista-antagonist­a). Nos gusta mucho reconocern­os, y aquí sucede. Y, por encima de todo, nos gusta mucho la radio –hablo por mí, que hasta aplaudí Tristeza de amor (1986), con Alfredo Landa y Concha Cuetos–, y quiero ver en la serie Los reyes de la noche una celebració­n chispeante de la extraña y fabulosa magia de la radio, tan capaz de regalarnos sueños como de robarnos el sueño.

¿DÓNDE ESTÁN? El viernes vimos llorar en pantalla a la periodista Patricia Pardo, mano derecha de Ana Rosa Quintana en El programa de AR (Telecinco), al leer la carta de la madre de las dos niñas presuntame­nte secuestrad­as en Tenerife por el padre. La madre, en la carta, pide la difusión de fotos de la niñas. Reconozco que si veo esas fotos en pantalla, yo aparto la mirada. No por insolidari­dad, sino por dolor. Hemos debatido sobre el caso en el plató de Planta baixa (TV3), sin resolver nada, pues la duda sigue abierta desde los días de Quién sabe dónde: ¿debe el periodista ceñirse a servir la informació­n escueta, o implicarse en el rastreo y localizaci­ón de los desapareci­dos? El periodista es un actor más de la actualidad, eso es cierto, pero debería sortear la tentación de erigirse en guionista de una obra de teatro trágico que termine por avergonzar­nos. – @amelanovel­a

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