La Vanguardia

María en la fe del pueblo

- DESDE LA DIÓCESIS Joan Planellas J. PLANELLAS, arzobispo de Tarragona y primado

La devoción a la Virgen hay que entenderla como una devoción, al mismo tiempo, inteligent­e y tierna, fundamenta­da –cómo es natural– en la fe de Jesucristo. El Concilio Vaticano II, al hablar del culto a la Virgen, “exhorta a todos los hijos de la Iglesia a fomentar generosame­nte el culto, sobre todo el litúrgico, a la bienaventu­rada Virgen, a tener en gran estima las prácticas y los ejercicios de piedad hacia ella que en el transcurso de los siglos el Magisterio ha recomendad­o... Y a los teólogos y a los predicador­es de la Palabra de Dios recomienda que, cuando expongan la dignidad singular de la Virgen, se abstengan tanto de cualquier falsa exageració­n como de una excesiva estrechez de espíritu” (Constituci­ón sobre la Iglesia, 67).

La devoción a la Virgen ha de ser inteligent­e. Sin caer en la aridez de los conceptos, tiene que estar apoyada en la Sagrada Escritura y en la genuina Tradición de la Iglesia. Y tanto una como la otra, ha fundamenta­do la veneración a María en el hecho real de ser Madre de Jesús y, en consecuenc­ia, si bien en un sentido diferente, Madre de la Iglesia. No creo que nos podamos sentir más hijos de María de lo que se sintió santo Juan Evangelist­a, que en su Evangelio nos la presenta vinculada estrechame­nte a la persona de Jesús, único mediador de nuestra salvación.

La devoción a María ha de tener un toque de ternura, sin caer en el sentimenta­lismo y menos todavía en una veneración mítica de sus imágenes. La Iglesia, cuando bendice una imagen de María para la veneración de los fieles, hace la siguiente plegaria: “Que la imagen que miramos con los ojos nos quede grabada” en el “corazón”, con el fin de tener “una fe que no desfallezc­a, una esperanza firme, un amor diligente y una caridad sincera” (Ritual de bendicione­s, n.º 1080). Tenemos que dirigirnos a María con afecto y ternura, y que la contemplac­ión de su imagen nos mueva a imitarla. Las relaciones madre-hijo mantienen la afectivida­d al paso de los años. Es natural, pues, que toda plegaria dirigida a María tenga un tono de ternura propio de las relaciones de un hijo con su madre.

Volvemos a los pasajes del Vaticano II sobre María. En la continuaci­ón de lo que antes hemos mencionado, encontramo­s escrito: “Recuerden los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitori­o ni en una cierta vana credulidad, sino que procede de una fe auténtica, por la cual somos llevados a reconocer la excelencia de la Virgen e incitados a un amor filial a nuestra Madre y a imitar las virtudes” (67).

En este mes de mayo, fomentamos esta genuina devoción a María. Y, además, este año, invoquémos­la especialme­nte para que acabe la pandemia. Es lo que nos ha pedido al papa Francisco, rezando el Rosario en familia o en comunidad. El papa ha implicado de manera especial todos los santuarios marianos del mundo y el próximo sábado, el escogido es el de Montserrat. El comunicado vaticano acuerda que “cada Santuario... está invitado a rezar en la forma y el lenguaje en que se expresa la tradición local, para invocar la recuperaci­ón de la vida social, del trabajo y de las numerosas actividade­s humanas que se suspendier­on durante la pandemia. Esta convocator­ia en común pretende ser una oración continua, distribuid­a por los meridianos del mundo, que toda la Iglesia eleva incesantem­ente al Padre por la intercesió­n de la Virgen”. Ni que sea desde casa, participem­os de corazón y con devoción filial.

El papa Francisco nos pide que este mes de mayo invoquemos a la Virgen para que acabe la pandemia

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