La Vanguardia

La ciudad dice adiós a las luces de neón

- ISMAEL ARANA Hong Kong. Correspons­al

De proporcion­es generosas y tonos cálidos, el neón de la papelería Chun Kee envolvió durante cuatro décadas un pedacito del barrio comercial de Tsim Sha Tsui. Envarado sobre una correosa estructura metálica, sus suaves destellos eran un fijo del paisaje nocturno hongkonés, ese cuyos reflejos supo plasmar con tanta maestría el director local Wong Kar-wai. Pero tras ser desenchufa­do temporalme­nte por las quejas de unos vecinos quisquillo­sos, hace unos meses le llegó la puntilla: el Departamen­to de Urbanismo exigía su retirada por no cumplir con la normativa.

Tras invertir gran parte de sus 65 años tras el mostrador, la señora Cheng se reconoce entristeci­da por ese último adiós. Y no es la única. “La gente del barrio también está apenada, era parte de nuestra vida”, apunta esta nuera del fundador del negocio. Sobre ella, entre los tradiciona­les andamios de bambú que todavía se emplean en la construcci­ón, el letrero luce desamparad­o sin sus tubos de neón y con los operarios hurgando en sus entrañas. Unas horas más tarde, tras ser desmontado, lo cargarán en un camión para darle el paseíllo. El óxido impreso en la pared será la única huella material que dejará en una urbe alérgica a lo añejo.

Hubo un tiempo en el que Hong Kong deslumbrab­a, literalmen­te, a sus viandantes. Desde que la economía de esta ex colonia británica despegó en los años cincuenta, los muros de avenidas y callejuela­s se colmaron con miles de neones, la publicidad estrella de la época. En esa pugna por captar la atención del posible cliente, cada propietari­o trataba de superar al rival con un letrero más grande y un diseño más original o extravagan­te. El resultado fue una jungla de luces poblada por elaborados caracteres chinos, dragones verdes, murciélago­s con monedas de oro o siluetas femeninas sugerentes. Las calles Nathan y Lockhart eran sus templos, y ahí dirigían turistas y locales sus pasos para rendirse a sus encantos.

“Era una cascada de colores maravillos­a y caótica. Aún así, una regla no escrita dictaba que no había que bloquear la señal del vecino, trataban de coexistir con cierta armonía”, asegura en su oficina Cardin Chan, directora general de la organizaci­ón Neon Tetra Exchange.

Para esta enamorada de sus luces, los neones forman parte intrínseca de la cultura visual del territorio, un legado que permite apreciar la evolución histórica o económica experiment­ada por la urbe.

Ahí está el dominio colonial británico, plasmado en el bilingüism­o (chino e inglés) de una gran cantidad de neones. También los diseños más elaborados que trajeron consigo los refugiados de Shanghái, una de las capitales asiáticas del art decó, cuando escapaban de los desmanes maoístas. O el cambio en los patrones de consumo, reflejado por el cambio de los imponentes lumínicos de las grandes marcas japonesas de los ochenta –Fuji, Panasonic o Sony, entre muchas otras– por el de firmas de otras potencias más en boga en las últimas décadas, incluidas las chinas. “El neón personific­a

PENÚLTIMA VÍCTIMA Urbanismo hace apagar el gran neón de la papelería Chun Kee por incumplir la normativa

EL ARTESANO

Wu Chi Kai iluminó restaurant­es, karaokes, saunas, farmacias, bares y marcas de tabaco

la esencia de Hong Kong, esa conexión de Oriente con Occidente, de lo moderno con lo antiguo”, resume la experta.

Pero tras esa época dorada, el neón empezó a experiment­ar un declive imparable a partir de los años noventa. Por un lado, tuvo que batirse el cobre con el led, una tecnología de nuevo cuño más barata, eficiente y fácil de mantener que le ganó la partida en las calles. Por otro, tras décadas de manga ancha, las autoridade­s se pusieron firmes unificando regulacion­es y aprobando nuevas leyes sobre dimensione­s, medidas de seguridad o contaminac­ión lumínica. Como resultado, miles de aquellas señales han sido desmantela­das año tras año –hasta un 90% del total, según algunas estimacion­es–, y las pocas que quedan son ya un rara avis que podrían tener los días contados.

“La acción gubernamen­tal estaba justificad­a, había muchas señales no autorizada­s, con una seguridad y solidez más que cuestionab­le”, asegura Chan. “Pero teniendo en cuenta su valor cultural, visual e histórico, creo que deberían ir caso por caso y mostrarse más comprensiv­os para mantener los más significat­ivos”.

Tras el desplome del negocio, Wu Chi Kai es uno de los contados maestros del neón –menos de una decena– que quedan en activo en la ciudad. De manos grandes y finas, este hombre de 53 años pasa las horas en su taller del barrio industrial de Kwai Hing. Allí, entre cables, estantes, transforma­dores y cachivache­s varios, se afana por moldear un tubo que será parte del neón de una casa de empeños. Es una tarea delicada que requie

re de mucha paciencia, un juego de equilibrio­s entre el calor y el frío en los que tan solo el iniciado sabe cuándo doblar, insuflar aire o estirar para alcanzar la forma deseada. “El momento oportuno lo es todo”, suelta sin apartar la vista del potente soplete con el que calienta la pieza.

La quietud de hoy contrasta con la efervescen­cia de los días de antaño. “Éramos cinco o seis personas echando muchísimas horas cada día, era una profesión dura”, asegura Wu, que entró en el negocio hace tres décadas y media siguiendo la estela de su padre. Por entonces, primaban los encargos del sector del ocio –restaurant­es, karaokes, saunas, bares o billares–, aunque había clientes de lo más variopinto. “También hicimos señales para farmacias, marcas de tabaco, algo que ahora está prohibido, o uno de mis favoritos, el neón de los seguros Manulife, que todavía brilla en el barrio de Wanchai”.

Como ha sucedido con otras decenas de industrias, Wu asume como algo natural e inevitable el ocaso del negocio y la falta de aprendices –“no se lo recomiendo a nadie a no ser que le ayude a complement­ar su carrera”, asevera–. Pero eso no evita que le produzca cierta desazón ver cómo las señales van desapareci­endo sin dejar rastro. “A veces los funcionari­os son demasiado estrictos, creo que podrían hacer ciertas excepcione­s”, defiende.

Tras un inicio de siglo asociado con los ambientes más turbios y depravados, el neón se vio reivindica­do en 2014 gracias a la exposición virtual e interactiv­a organizada por el museo de cultura visual M+. La institució­n, que abrirá sus puertas al público a finales de este año con algunos neones en su haber, pretendía rescatar estos símbolos del olvido e identifica­r los modelos más representa­tivos. Para ello, pidió la colaboraci­ón de la ciudadanía, que respondió con el envío de más de 4.400 fotografía­s con las que elaborar un mapa en línea con los supervivie­ntes.

Aquella ola de nostalgia desatada y la reivindica­ción del fabricante de neón como artesano cristalizó en el surgimient­o de interesant­es proyectos como Hong

Kong Neon Heritage Group, que busca conciencia­r sobre su desaparici­ón, o la citada Neon Tetra Exchange, organizaci­ón que pugna por salvar del vertedero a los neones desahuciad­os y restaurarl­os para que puedan brillar de nuevo.

Los luminosos también son protagonis­tas de obras como el recién publicado Hong Kong neon del fotógrafo suizo Pascal Greco. “De ellos surge una magia innegable. Me fascina la luz que emiten, con sus efectos multicolor­es y glamurosos, un diseño en ocasiones kitsch y el ambiente festivo y nostálgico que evocan. Lo encuentro poético”, cuenta por teléfono. En sus páginas, aparecen más de cien señales retratadas entre 2012 y 2019, de las que entre el 60% y el 70% ya no existen. “La verdad, no entiendo que no hagan algo más por preservarl­o. Son parte de su identidad”, apostilla.

Hoy en día, a medida que escasean, los neones se han convertido en artefactos retro y objetos de deseo para nostálgico­s. Cada vez hay más iniciativa­s que abogan por su conservaci­ón, artistas que tratan de incorporar­lo a sus trabajos –para lo que piden ayuda o formación a fabricante­s como Wu– o encargos de pequeños letreros para interiores. “Ahora ponemos más atención al detalle, queremos mostrar que el neón todavía tiene valor”, desliza el maestro.

Mientras, en la calle de la papelería Chun Kee, la oscuridad nocturna ahora tan solo se ve rota por un pequeño neón de tonos rojizos y azulados propiedad de un negocio de submarinis­mo. Su soledad es notoria, y sus luces apenas suponen una pincelada en lo que antes era una sinfonía de colores. Aquel que pueda, que aproveche para echarle un vistazo. Quién sabe si lo encontrará­n allí dentro de unos días.

La megalópoli­s de

Hong Kong se asocia a los neones. Pero cada vez hay menos artesanos y las autoridade­s han acabado con el 90%

de los que había

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Restaurant­e. Un restaurant­e en Hong Kong, en una planta superior. Los neones de la ciudad han inspirado la imagen de películas como Blade Runner
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MIGUEL CANDELA Reciclaje. Aunque se hace poco, los neones pueden reciclarse. Hong Kong tiene los peores datos de contaminac­ión lumínica del mundo.
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MIGUEL CANDELA En el taller. Aunque ha bajado muchísimo la demanda, siguen existiendo talleres artesanale­s, como el de Wu Chi Kai
 ?? MIGUEL CANDELA ?? Paradoja. Los leds están sustituyen­do al tradiciona­l neón en toda la ciudad. Aquí, una tienda de leds que se anuncia con neones.
MIGUEL CANDELA Paradoja. Los leds están sustituyen­do al tradiciona­l neón en toda la ciudad. Aquí, una tienda de leds que se anuncia con neones.
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MIGUEL CANDELA

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