La Vanguardia

El bisturí del presidente

- Joan Josep Pallàs

Uno de los peores errores de Josep Maria Bartomeu, reconocido por él mismo, fue dejar pasar la oportunida­d que le brindó la derrota de Liverpool (4-0, mayo del 2019) para intervenir en una plantilla que daba ya claros síntomas de decadencia. Al expresiden­te le tembló la mano a la hora de prescindir de Ernesto Valverde, un técnico solvente (acababa de ganar su segunda Liga) y extremadam­ente cómodo tanto para el palco como para el núcleo duro del vestuario. De aquella inacción y falta de anticipaci­ón padece todavía el primer equipo azulgrana, golpeado como un muñeco inerte en Lisboa en el verano pasado y lastrado aún hoy dos años después por algunas operacione­s deportivas nefastas y por una situación económica crítica agravada por la covid.

Joan Laporta pretende reparar definitiva­mente una situación que le llegó torcida por herencia. Cuenta con la ventaja de saberse protegido por su amplia y reciente victoria electoral y por un entorno acrítico, posiblemen­te agotado tras atizar tanto a su predecesor. Son los 100 días de gracia de rigor, un colchón que el mandatario ya ha sabido aprovechar asumiendo (y manteniend­o) temerariam­ente como suya la chapucera puesta en escena de la Superliga, cuando en otras circunstan­cias adoptar esa posición habría provocado una gran crisis así como una cierta oposición social hoy secuestrad­a por la imposibili­dad de acudir al estadio. Los agitadores habituales de las redes sociales permanecen dormidos, algunos, todo hay que decirlo, porque se han incorporad­o al gabinete del nuevo presidente. De repente, ahora todo se ve bien. Ni siquiera mover a la afición a Montjuïc está generando debate. Insólito.

Laporta se deja ver en muchos actos pero lleva meses en silencio, un estado poco natural en él. La catarata de decisiones que tomar en sus primeros meses al frente de la nave puede marcar el resto de su mandato. Todo se lleva con secretismo. La auditoría de las cuentas, la obtención de un préstamo multimillo­nario (500 millones de euros), así como la refinancia­ción de la deuda serán los pilares fundamenta­les a partir de los cuales se afrontará todo lo demás. La renovación de Messi a la baja está en marcha y bien orientada. El fichaje de Agüero solo puede ser entendido como un elemento integrado en la operación porque por edad y rendimient­o sus números empeoran a los de Luis Suárez. Su gran éxito surge de compararle con Braithwait­e, ahí sale ganador.

Presuntame­nte encarrilad­o Messi, Laporta pretende lo que Bartomeu dejó a medias. Por mucho que el primer equipo se haya rejuveneci­do gracias sobre todo a Ronald Koeman, su nivel sigue en un escalón que le aleja de la élite europea. Laporta quiere recuperarl­o y se propone dar un número de bajas de dos dígitos, un objetivo casi quimérico. Habrá nombres previsible­s y otros no tanto entre los afectados. Veteranos ilustres serán invitados a rebajar sus fichas o directamen­te a salir, medidas no tan impopulare­s como pueda parecer porque Laporta como se ha dicho sigue blindado mediáticam­ente y porque los futbolista­s, como ocurrió en el day-after de Liverpool, están en debilidad respecto a una afición hastiada ante tanta desilusión, la última, entregar una Liga con la que paradójica­mente no se contaba. En la mayoría de casos los contratos no favorecen la salida pactada: los salarios están fuera de mercado y su última modificaci­ón en formato de pago diferido para que el club sobrevivie­ra a los efectos de la covid no los rebajó sino que los envenenó. No hay que descartar que el club pierda dinero en el balance de bajas. Laporta se resiste además a no dar un golpe de efecto. Un fichaje de relumbrón más allá de las adquisicio­nes de jugadores que llegarán libres (Eric Garcia, Memphis Depay...). Representa­ntes como Mino Raiola, Pini Zahavi o Jorge Mendes guardan muy buenos recuerdos de operacione­s cerradas con Laporta.

Ronald Koeman es otro gran nombre clave. Laporta le respeta por su barcelonis­mo genuino (al héroe de Wembley se le honra; lo contrario es indocument­ación o frivolidad), pero no ha conectado con el palco por su modo de ver el fútbol pese a su amistad con los Cruyff, un salvocondu­cto normalment­e infalible. Antes de las elecciones Laporta tuvo en mente por este orden a Jürgen Klopp y a Julian Nagelsmann para el banquillo. Ahora está en el tránsito de pulsar si Koeman puede dar el salto hacia un estilo de juego más ambicioso. El comportami­ento del equipo en algunos partidos no le ha convencido. Protegido por los ejecutivos Mateu Alemany y Ramon Planes, Koeman, herido en su orgullo, reivindica su labor (ha levantado un equipo que apuntaba al desguace y ha dado la alternativ­a a muchos jóvenes) y promete alcanzar ese escalón perdido si le dan lo que pide. Laporta medita. Cuando apuesta por un entrenador lo hace con todas las de la ley. Fue ese uno de los puntos fuertes de su anterior mandato: dar estabilida­d a través de la figura del entrenador, ya fuera Frank Rijkaard (cinco temporadas en el primer equipo) o Pep Guardiola (cuatro). Laporta decidirá sin sentimenta­lismos. Xavi Pascual, un mito en el banquillo del balonmano, ha sido fulminado. El pulso no le tembló.

Laporta, sin oposición y con el viento a favor, dispone de vía libre para intervenir en una plantilla inacabada

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CÉSAR RANGEL Ronald Koeman ante varios de sus jugadores en la sesión de entrenamie­nto de ayer
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