La Vanguardia

La recuperaci­ón y la rabia

- Lola García Directora adjunta

Cuando las crisis económicas más feroces comienzan a remitir es cuando brotan las protestas más virulentas en las calles por parte de quienes contemplan cómo fluye un mayor caudal de riqueza a su alrededor mientras ellos quedan excluidos de su disfrute. Ahora que vislumbram­os el final de la pandemia y de su terrible zarpazo en vidas segadas, en proyectos truncados y en ruina económica, es cuando hay quien alerta de un posible estallido social, pese a que en teoría debería invadirnos el alivio. El filósofo Javier Gomá lo resumía ayer de forma brillante, preguntado por este diario a raíz de los diez años transcurri­dos desde el movimiento del 15-M. Decía Gomá: “Habrá una recuperaci­ón que alentará a muchos, dinero ahorrado con ganas de gastarlo, deseos de libertad, diversión, ligereza, creativida­d y embriaguez. Pero estarán los que no participar­án de todo eso, y para los que la normalidad incrementa­rá aún más su resentimie­nto”. Pues bien, sin duda son los jóvenes el colectivo que más motivos van a tener para sustituir la ansiedad de este último año por la rabia y la indignació­n.

Es cierto que, a diferencia de la crisis financiera del 2008, en esta ocasión los poderes públicos han rectificad­o las recetas del pasado y van a verter más recursos en lugar de recortar ayudas sociales, pero la cuestión es si el reparto de ese maná desterrará desigualda­des muy arraigadas. No se podrá hablar de recuperaci­ón en un país mientras casi la mitad de los jóvenes esté en el paro o el 25% de los que tienen entre 30 y 34 años viva aún con sus padres. Se trata de una generación marcada por la pandemia que solo ve provisiona­lidad a su alrededor y, al alzar la vista, contempla dirigentes que juegan con repeticion­es electorale­s por puro partidismo, que utilizan de manera impúdica las institucio­nes, incluida la justicia, y que solo repite eslóganes maniqueos. Abordar esa injusticia es tarea de todos los partidos, pero en especial la izquierda debe ser más consciente aún de que el aumento de la riqueza no siempre es garantía de equidad.

Esa debe ser su bandera y no la agitar miedos ni hurgar en la inquietud, como hizo hace unas semanas en Madrid.

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