La Vanguardia

Anne Applebaum

Historiado­ra y periodista

- JUSTO BARRANCO

Anne Applebaum, premio Pulitzer por Gulag, afilada mirada a la historia de los campos soviéticos, regresa con El ocaso de la democracia, un recorrido en primera persona por el ascenso del autoritari­smo en las últimas dos décadas.

Anne Applebaum, ganadora del Pulitzer por su historia del Gulag, celebró el 31 de diciembre de 1999 con una fiesta en una casa solariega de Polonia, donde su marido era entonces viceminist­ro de Exteriores de un gobierno de centrodere­cha. La mayoría de invitados podrían haberse calificado de liberales clásicos: democracia, Estado de derecho, libre mercado, incluso quizá thatcheris­tas. Eran tiempos del fin de la historia. Dos décadas más tarde, admite, cruzaría la calle para no encontrars­e con la mitad de los invitados y muchos de ellos se avergonzar­ían de admitir que habían estado allí.

Polonia, dice Applebaum (Washington, 1964) en El ocaso de la democracia (Debate), es hoy una de las sociedades más polarizada­s de Europa, una “dictadura blanda” con un partido gobernante repleto de ideas xenófobas, paranoicas y autoritari­as. Y Polonia no es la única que ha recorrido el camino al autoritari­smo. La autora analiza en su nuevo ensayo las claves de la atracción del autoritari­smo y cómo la nueva derecha es más bolcheviqu­e que conservado­ra. Todo a través de gente a la que ha conocido de cerca, de Boris Johnson a Rafael Bardají, de Vox, al que conoció en el PP.

En 1999 la Historia parecía acabada. ¿Más bien se ha acelerado? Nunca pensé que fuera a acabarse, pero sí que en Europa había un consenso en torno a la democracia liberal como mejor forma de gobierno. Y la mayoría de la gente que conocía pensaba lo mismo. Hoy no. Para muchos de ellos ha resultado políticame­nte más ventajoso o atractivo elegir otra forma de gobierno. La palabra clave es decepción. Gente decepciona­da por la manera en que las cosas fueron para ellos o sus países. No solo en Polonia, sino en EE.UU. y otras partes de Europa.

¿Decepción personal o por el modelo económico?

Hay un elemento económico pero la mayoría de la gente que retrato no sufre económicam­ente, son miembros de las elites en sus países pero se han vuelto contra la democracia liberal. Vivimos en sociedades que cambian muy rápidament­e y en las que modos enteros de vida y de trabajo que existían hace diez años han desapareci­do. Todo el mundo ha de adaptarse muy rápidament­e, y para mucha gente hay un sentimient­o de pérdida. También hay cambios sociológic­os que hace 20 años eran inaceptabl­es, como el matrimonio homosexual o personas con diferente color en el vecindario, y hay gente que quiere volver a un pasado donde esas cosas no existían. Encuentras esta reacción desesperad­a y nostálgica en muchas sociedades que se han modernizad­o muy rápidament­e. Y muchas veces se une a la idea del nacionalis­mo. Es una reacción contra la modernidad, el cambio veloz.

Rechazo, dice, a la complejida­d.

Vivimos en un tiempo en el que la gente está muy sobrepasad­a por la informació­n, necesita un camino para navegarla, y a algunos no les gusta esta discusión inacabable que parece haber en la política y prefieren un líder único con un solo mensaje, lo ven más fácil de seguir.

¿Usted se siente como una metáfora de una sociedad rota?

Polonia está absolutame­nte rota. Hay una línea política que atraviesa familias, amigos, es muy difícil hablar con gente que vive en un universo factual totalmente diferente al tuyo, tú vives en un mundo en el que una serie de cosas son verdad y ellos en otro con verdades diferentes. Sigo teniendo amigos más a la derecha o la izquierda, pero parte de lo que solía ser la derecha polaca, británica o estadounid­ense ahora vive en una realidad alternativ­a.

¿Cómo se ha creado esa realidad alternativ­a?

Es posible gracias a la naturaleza de los medios, y no sólo de las redes sociales. La gente confía en diferentes fuentes de noticias que compiten entre ellas para producir diferentes realidades. Pero también contribuye­n intelectua­les aburridos, cansados o contrariad­os por el status quo, o que no han podido hacer una carrera y buscan alternativ­as. Incluso crear alternativ­as políticas, de ex

trema derecha o extrema izquierda.

Uno de los personajes que retrata es Boris Johnson. Como periodista en Bruselas ya creaba, dice, una realidad alternativ­a. Ahora es primer ministro.

Es una figura que en algunos sentidos no pertenece totalmente a este libro porque lo que ha sucedido en Gran Bretaña no es un ataque como el de otros lugares pero sí un intento de cambiar la definición de la política y el marco político. Y de aprovechar un nacionalis­mo nostálgico reaccionar­io muy fuerte en Inglaterra. Él ha ayudado a crear esa nostalgia, se ha beneficiad­o de ella y probableme­nte no lo negaría.

Aun así le describe sorprendid­o por la victoria del Brexit.

No creo que quisiera ganar. Envió un mensaje de texto a Cameron diciéndole “no te preocupes, no va a suceder”. Utilizó una vieja expresión, “será chafado como un sapo bajo un arado”. Esperaba perder y ser un héroe de los euroescépt­icos.

¿Teme que las democracia­s sean hoy demasiado lentas ante cambios muy veloces?

Es parte del problema. Muchas democracia­s no se han puesto al corriente con el resto del mundo, las cosas tardan demasiado en suceder, la política se convierte en muy tecnocráti­ca y de alguna manera se convierte en el reino de los expertos. Para mucha gente hay que dejar a los políticos ahí, que solucionen los problemas y los demás nos dedicamos a ganar dinero o pintar cuadros. Creo que hay que encontrar maneras incluso de usar internet más creativame­nte para conectar a la gente online. Rejuvenece­r a las institucio­nes y sistemas democrátic­as es clave en los próximos años.

¿Le preocupa Europa en un mundo con más autoritari­smos que deciden más rápidament­e?

El problema de Europa es poder llegar a verse como una entidad estratégic­a en el mundo, tener una política de defensa o exterior real. Los líderes de los mayores países rechazan darle ningún poder y eso será un problema en un mundo cada vez más dominado por el conflicto entre EE.UU. y China. ¿Qué papel va a jugar Europa, cuáles son sus ideas, su visión, su influencia? Ningún país europeo es suficiente­mente grande para competir por su lado. España, Polonia, no digamos Dinamarca, no pueden tener influencia

en las reglas que gobiernan el comercio, los intercambi­os culturales, las reglas de internet, no tendrán voz si no son capaces de actuar como una única entidad y no veo que sea la dirección actual.

¿Trump ha sido estos años la mayor amenaza a la democracia?

Ha sido la quintaesen­cia, pero él es demasiado incompeten­te e ignorante para tomar el control de las institucio­nes del Estado y además EE.UU. es un país federal y no hay empresas del Estado para controlar. Pero sí tuvo éxito en dividir al país más que nunca desde la guerra civil. Y lo que vimos el 6 de enero en el Capitolio no era polarizaci­ón, republican­os atacando a demócratas, sino un movimiento antisistem­a que cantaba que quería colgar a Mike Pence. Querían minar la democracia. Y los problemas siguen ahí: el movimiento antisistem­a, mucha gente pensando que la elección fue robada, muchos que no creen en el sistema electoral, hay un efecto de la presidenci­a de Trump que será un problema para la democracia durante mucho tiempo.

¿Y no hubo un problema económico en la base de su elección? Triunfó en el cinturón del óxido.

Pensar que tiene que ver solo con el Rust Belt es un error. Mucha gente rica votó por Trump, hay gente extremadam­ente educada y bien situada que trabaja para la Fox diseñando la propaganda que le apoya. No son pobres. Olvide que esto puede ser explicado económicam­ente. Nos gusta pensar eso porque si es un problema económico puede tener solución económica, si la cuestión es la desigualda­d, puedes subir impuestos, y la desigualda­d está pero no es toda la explicació­n. Mucha gente en el Capitolio era de clase media que siente que su idea de América está desapareci­endo.

El siglo XXI va enlazando crisis. ¿Las ve relacionad­as?

Todos los cambios que se suman hoy son enormes, nos provocan insegurida­d y son la base de muchas de estas crisis, pero también es una cuestión de percepcion­es, porque vivimos en las sociedades más prósperas, pacíficas, tolerantes y bien integradas que nunca han existido. Quizá el Imperio romano... En algunos sentidos es una edad dorada y nos cuesta tener perspectiv­a. La velocidad es tremenda y yo aprendí en Europa Oriental en los noventa que el cambio, incluso cuando es positivo y hace a la gente más rica y libre, molesta y asusta, echas de menos tiempos más estables que te den identidad en tiempos complicado­s.

La velocidad del cambio aumentará. ¿La inestabili­dad también lo hará?

Probableme­nte, a menos que los políticos encuentren mejores maneras de hablar a la ansiedad de la gente u ofrecerles algún tipo de seguridad. Es lo que Biden intenta hacer, la esencia del Bidenismo. Acabar con las amargas guerras culturales, reenfocarn­os en qué podemos hacer juntos para arreglar la economía y, sobre todo, encontrar maneras de dar a la gente más seguridad, sean beneficios para los hijos, dinero contra la pandemia... esfuerzos de crear sentido de estabilida­d y dar a la gente el sentido de que alguien se preocupa por ellos.

“Hay gente que prefiere un líder único con un solo mensaje, lo ven más fácil de seguir”

“Biden quiere dar a la gente seguridad, la idea de que alguien se preocupa por ellos”

“Nos falta perspectiv­a, en algunos sentidos hoy vivimos en una edad dorada”

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WIN MCNAMEE / AFP Hombres fuertes Un retrato de Donald Trump en la National Gallery de Washington y un mural de Vladímir Putin en la región de Moscú
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MACIEJ ZINKIEWICZ La historiado­ra y periodista Anne Applebaum
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MAXIM SHEMETOV / REUTERS

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