La Vanguardia

Los líderes más queridos

- Francesc-marc Álvaro

Este cronista habría dicho que la abstención pasaría factura a los partidos independen­tistas en caso de repetición electoral, pero el sondeo que ha publicado La Vanguardia indica que tanto ERC como Junts crecerían en escaños y porcentaje, solo la CUP experiment­aría un pequeño retroceso. Eso pone sobre la mesa la distancia entre el malestar del votante independen­tista por un barullo que no entiende y su comportami­ento final en caso de que sea llamado nuevamente a las urnas. El que los indultos de los presos del procés no lleguen es un aliciente fuerte para que las bases mantengan la movilizaci­ón, a pesar de la discordia entre los dos partidos grandes del bloque. Con todo, hay un dato secundario que merece mucha atención: los electores que puntúan más alto a sus líderes son los de Junts, algo que hace que Carles Puigdemont obtenga un 8,1 (que contrasta con el 5,1 que le otorgan los votantes de ERC). Mientras, tanto Jordi Sànchez como Laura Borràs alcanzan un 7,8 entre sus partidario­s.

¿Qué nos dice esto? En primer lugar, que el partido independen­tista que tiene unas bases (votantes y simpatizan­tes) más satisfecha­s con sus líderes es Junts, lo cual revela que las decisiones que ha tomado Puigdemont han reforzado su liderazgo, a pesar de recibir críticas desde fuera (o desde dentro, siempre con sordina). En segundo lugar, que la indefinici­ón estratégic­a de Junts no es percibida por sus seguidores como un problema, priorizan –hay que suponer– otras cosas. Y, en tercer lugar, que las disputas entre los sectores de Junts, a pesar de provocar ruido, no ponen en crisis las lealtades de sus electores, que son los más convencido­s respecto de las figuras que los representa­n. La conclusión es relevante y hay que tomar buena nota: Puigdemont ha conseguido blindar de manera muy eficaz su apuesta política aunque su partido es un conglomera­do inestable de sensibilid­ades diversas y en pugna.

Esta circunstan­cia provoca que las bases de Junts sean poco permeables a una corrección estratégic­a como la que impulsa ERC. Dicho de otro modo: el votante de Puigdemont ni quiere ni puede abandonar la burbuja, lo cual también acaba limitando el margen de acción de Waterloo y de Jordi Sànchez, en una retroalime­ntación que, sobre todo, beneficia al núcleo purista que (surgido en torno a Torra) integran Borràs, Costa, Dalmases, Canadell y otros. Figuras como el conseller Calvet y otros convergent­es de tradición institucio­nal, incluidos los presos Rull, Turull y Forn, se ven obligadas a aceptar planteamie­ntos de los cuales discrepan.

Puigdemont no explica qué plan tiene, más allá de repetir el “no surrender” y expresar su total desconfian­za en Pedro Sánchez. El votante de Junts no necesita nada más: da un salto de fe. Algunos filósofos describen el salto de fe como la aceptación de un intangible sin necesidad de prueba alguna. Mientras, el votante de ERC piensa que el Gabinete español no es de fiar, pero acepta la lógica del mal menor. En las bases del procés, hay un empate diabólico entre creyentes intensos y escépticos que buscan grietas para avanzar.

La indefinici­ón estratégic­a de Junts no es percibida por sus seguidores como un problema

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