La Vanguardia

La generación Rick Astley

- Jordi Basté

Si, en estos últimos meses, me he acercado a sentir eso que llaman felicidad, fue el miércoles 12 de mayo del 2021, a las cinco de la tarde. A esa hora abandoné solo, sin acompañami­ento ni guarnición, el pabellón número 4 de la Fira de Barcelona. Me habían vacunado después de cuarenta minutos de cola festiva, rodeado de toda mi generación Rick Astley. Somos

los boomers que bailamos You’re the one that I want, you’re the one that I

want ooh, ooh ooh, honey, que compramos en masa The Joshua tree de U2, los que devoramos la seria Fama, donde ellos querían ser Bruno Martelli, Leroy Johnson o Danny Amatullo (ese era yo) y ellas Coco Hernández, Julie Miller o la profesora Lydia Grant, o de los que no nos perdimos ni un capítulo de Falcon Crest, una serie donde se admiraba a un chino a quien llamábamos

Chulín (Chao-li en versión original). Todos nos encontramo­s en esa cola, señalados por la franja de edad de 50 a 59 años, símbolo de la eterna juventud aunque patrocinad­os por Reflex. Un grupo de gente que hemos tenido que recurrir a un psicólogo para verbalizar nuestras flaquezas porque nacimos con un pie en la dictadura, otro en la transición esperando la democracia. Una intolerabl­e desmesura de secretos y mentiras camufladas. Esa generación que, como se decía en La gran

belleza de Sorrentino, nos estamos empezando a dar cuenta de que no podemos perder el tiempo en hacer cosas que sabemos que no queremos hacer.

Saliendo de la vacunación certificam­os que nuestra felicidad es inaplazabl­e porque hemos crecido demasiado rápido. El pinchazo de la vacuna es el preciso momento en que te sientes inmortal durante unos segundos, aunque poco después la carroza vuelve a ser una mierda de calabaza. Y es cuando te das por satisfecho preservand­o acciones pretéritas como fiestas locas en antros de perdición y una sobredosis de gin-tonics con los colegas patrocinad­o por Almax.

La cadena funciona (el sistema informátic­o, las convocator­ias, el orden, las colas, los pinchazos, el acompañami­ento... Si nos dicen que damos las gracias unas veinte veces al día, los vacunados deberíamos multiplica­rlas y esparcirla­s entre todos los responsabl­es de la exhibición de los que nos ayudan frente a negacionis­tas de turulatas teorías conspirano­icas.

Y a la mañana siguiente todo vuelve a la normalidad con más anticuerpo­s encima y la sensación de ser un Benjamin Button vírico bailando de manera ortopédica como hacía Rick Astley en el videoclip de Never gonna give you up .... Todo patrocinad­o por Enantyum. ●

Saliendo de la vacunación certificam­os que la felicidad es inaplazabl­e

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