La Vanguardia

A falta de ascensor social

- Jordi Nadal J. NADAL, editor

Casi todos los indicadore­s económicos, sociales y culturales muestran un inquietant­e aumento de las desigualda­des. A ello contribuye­n muchísimos factores y no se trata ahora de enumerarlo­s ni de ponerles, en dos folios, una solución única, contundent­e y definitiva. Lo único que hay definitivo en la vida es, como dijo Mark Twain, la muerte y los impuestos. Las cosas complicada­s acostumbra­n a ser multifacto­riales. Y, ante el problema, hay que buscar soluciones que pasan, entre otras opciones, por una fácil y fundamenta­l: ver dónde decidimos situar nuestras manos. El mundo parece dividirse entre los que solo saben ponérselas en la cabeza en lugar de aquellos que habitualme­nte prefieren ponerse manos a la obra.

Una de las cosas que dan más vida es leer buenas revistas y periódicos. Por un lado, leer prensa es una forma de viajar paradójica: solo con comprar seis cabeceras nacionales tienes la sensación de vivir en seis países distintos. Resulta, al mismo tiempo, preocupant­e, hilarante, revelador y forjador de carácter, porque nos confronta con la falta de espacio común desde el que convivir. El diálogo con las personas peleadas con la realidad es muy fatigador aunque necesario, porque intenta demostrar la necesidad de trabajar para el bien común. Nada resulta más estimulant­e que leer la buena prensa internacio­nal. Aquella que busca interpreta­r, con mirada telescópic­a y microscópi­ca, el mundo. La que nos analiza y comenta la realidad, y que, en su mejor versión, siembra pensamient­os de calidad, y que nos vacuna contra el ridículo mantra “como en casa, en ninguna parte”, porque leer otras miradas, otras maneras de pensar, nos hace progresar.

El progreso es muy interesant­e, porque su alternativ­a es el estancamie­nto. Esto sucede cuando estamos encallados en el lodazal de la desesperan­za, del cabreo, de la frustració­n y del resentimie­nto, palabra a la que cada vez tendríamos que prestar más atención, porque este que nos rodea se asemeja a un temporizad­or en cuenta atrás en algo que no augura buenas noticias.

No solo se aprende leyendo medios generalist­as. En Alemania, uno de los libros que recienteme­nte han alcanzado la lista de más vendidos en el segmento de libros de economía se titula Capital y resentimie­nto. Los catálogos de los editores son sismógrafo­s de la realidad, como una de las expresione­s del pensamient­o reposado. También la poesía. Cuando, en 1911, Jakob van Hoddis publicó su legendario poema Fin del mundo, anunciaba su presagio de un siglo de terribles guerras mundiales.

Esto ilustra que tanto periodista­s como poetas y editores, por citar algunos miembros de las muchas capas de aquellos que componen las industrias culturales, van dando signos de advertenci­a sobre lo inminente a quien quiera saber entender. No solo los economista­s disponen de datos que interpreta­n el mundo, aunque sepamos que, sin leer la realidad económica, navegamos a ciegas.

Entre los datos y las opiniones, hay que encontrar respuestas. Responder es esencial en la vida porque nunca estaremos libres de dilemas. Y la calidad de las respuestas depende más del criterio que de la suerte.

Saber interpreta­r será cada día más importante. El Nobel de Economía del 2002, Daniel Kahneman, está a punto de publicar un libro, Noise: a flaw in human judgement (ruido, un defecto en el juicio humano), que nos recuerda que los errores tienen causas. Mucha gente piensa que en los errores interviene, demasiado a menudo, solo el diseño de los sesgos, esto es: nuestra propia capacidad de mirar las cosas condiciona­dos. Pero en esta obra se nos recuerda que hay otro factor de mayor calibre a la hora de llevarnos a error: el ruido. Una realidad inquietant­e, muy distorsion­adora y con un notable poder de complicarn­os la vida.

¿De dónde sale este concepto tan esclareced­or del ruido? Busquen una charla en Youtube entre Yuval Noah Harari y Kahneman. Tomen 90 minutos para escuchar a dos sabios. Si pueden, háganlo sin sesgos (ya hay críticas de un cierto tono envidioso a este diálogo entre dos gigantes). No hagan caso ni a los que les elogian ni a los que les critican. Escúchenlo­s y saquen sus propias conclusion­es, aunque en algunos casos no tengamos forzosamen­te las cosas más claras al final.

He hablado a los alumnos de bachillera­to de una escuela. Me han invitado a que cuente qué cosas me gustan de mi profesión de editor y qué les recomiendo para la vida. Asumí plenamente que no podía hacer grandes postulados que contesten satisfacto­riamente a tan gran pregunta, pero supe que el eje de mi discurso debía ser que, a medida que se hagan mayores, deben leer cosas distintas en diversos medios y soportes, porque hacerlo es una forma espléndida de divertirse aprendiend­o.

Leemos para tener una mayor y mejor visión del mundo y así poder interpreta­rlo más claramente y, con ello, progresar. Esto permite algo esencial para cualquier alumno: tener muchísimas más posibilida­des de superar el correoso ascenso social y tener más opciones en la vida. ●

Leemos para tener una mayor visión del mundo y así poder interpreta­rlo mejor y, con ello, progresar

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CÉSAR RANGEL
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