La Vanguardia

La familia y los bárbaros

- Josep Miró i Ardèvol

La familia es un vínculo de vida, de amor, de donación, que tiene decisivas consecuenc­ias sociales y económicas, porque el matrimonio, generador de una familia estable con capacidad educadora de los hijos, es la condición necesaria del Estado de bienestar. Después, claro, tiene que existir la productivi­dad y el sistema fiscal adecuado para hacerlo posible, pero sin la materia prima familiar el bienestar se degrada y desequilib­ra.

Cuando Ludwig W. Erhard, el ministro de Economía responsabl­e del “milagro económico” alemán, advertía de los costes futuros de las nuevas y generosas prestacion­es sociales al canciller Konrad Adenauer, padre de la actual República Federal, este le respondió con un argumento muy sencillo: “Mientras las personas se casen, formen familias y tengan hijos, usted no se preocupe de cómo pagaremos”. Pues ha llegado el momento de preocuparn­os:

Cada año se casa menos gente. Optan más bien por la cohabitaci­ón y las parejas de hecho. Esta tendencia tiene consecuenc­ias sociales importante­s. Es una de las causas de la baja natalidad, que ya alcanza el estadio de suicidio colectivo. La mayoría de singles de hoy serán las personas mayores más o menos dependient­es que vivirán en soledad el mañana. Es una causa de infelicida­d y determina un coste social en aumento.

El envejecimi­ento de la población, debido sobre todo a la crisis de la natalidad, hace que aumente la media de edad de la población, con las consecuenc­ias que se derivan para la productivi­dad, el ahorro, la inversión y los costes públicos: farmacia, crónicos y dependenci­a.

También crece el número de hijos nacidos fuera del matrimonio y de madres solteras, que ya rozan la mitad de nuestra escasa natalidad. Muchos de estos niños están condenados a la adversidad de disponer de un solo progenitor, y una renta baja; su inclusión en la pobreza y marginació­n es muy probable, y escasas las esperanzas de poder utilizar el ascensor social.

Nuestro fracaso escolar tiene mucho que ver con estas disfuncion­es sociales, porque la ideología dominante se niega a asumir que es la familia quien educa en primero y básico término. Sin esta condición el aprendizaj­e en el aula resulta inviable o muy costoso.

La familia lleva a cabo ocho funciones sociales y económicas insustitui­bles; una evidencia que tampoco se quiere entender por la misma ceguera ideológica. A partir de la condición de la estabilida­d, el matrimonio genera la descendenc­ia, la educa, establece normas compartida­s de cooperació­n interna y externa, y las proyecta en términos de confianza, construyen­do así el capital social primigenio, que se transforma en capital humano. De este modo aporta la primera red relacional de capital social, la del parentesco. Proporcion­a la función de acogida, acompañami­ento y cuidado de costosa sustitució­n, y tan vitales en periodos de enfermedad, dependenci­a y crisis económica. También proporcion­a el necesario efecto dinástico, la solidarida­d generacion­al: la capacidad de diferir rentas presentes en beneficio de la generación futura. Y todo eso, además de su papel formalment­e reconocido en materia de consumo, ahorro e inversión. Todas estas funciones definen la actuación de la familia en el crecimient­o y el bienestar. En el 2015 escribí Una nueva teoría de la familia para contribuir a una mejor comprensió­n de su papel.

Pero en España y en Catalunya, los poderes públicos y la cultura dominante no tan solo no reconocen toda esa importanci­a, sino que son adversos al matrimonio, la maternidad y la paternidad. No es de extrañar que destaquemo­s en Europa en pobreza infantil. Las familias reciben muy pocas ayudas y los beneficios en función del número de hijos son mínimos, de manera que tenerlos es un acto de una generosida­d extraordin­aria. Las familias numerosas son heroicas. El sistema público de pensiones penaliza a las familias con hijos, que son las que aportan los futuros cotizantes, en vez de premiarlas. Las patologías socioeconó­micas, elevado paro estructura­l, familias con todos los miembros en paro, jóvenes que ni estudian ni trabajan, los ninis, no disponen de las políticas públicas, la gestión administra­tiva y los recursos adecuados.

Por si fuera poco, la política y cultura dominante considera a los padres un sospechoso habitual, desprecia la maternidad y la estabilida­d del vínculo. Incluso la infidelida­d es celebrada y el compromiso firme, motivo de hazmerreír. Al mismo tiempo, los adolescent­es no reciben la educación sexual adecuada para alcanzar la plena responsabi­lidad sobre las consecuenc­ias de sus actos.

El desprecio gubernamen­tal es tal que incluso han intentado, a escondidas y vía Europa, retirar la desgravaci­ón por declaració­n conjunta de los matrimonio­s, y solo el escándalo que se produjo al conocer esta intención antes de las elecciones madrileñas ha comportado su rectificac­ión... de momento. Como escribe Macintyre en la última página de Tras la virtud, no hay que temer la invasión de los bárbaros, porque hace años que nos gobiernan. ●

El sistema de pensiones penaliza a las familias con hijos, que son las que aportan los futuros cotizantes

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