La Vanguardia

La Barcelonet­a pide cerrar la playa tras un nuevo récord de desalojado­s

La Guardia Urbana y los Mossos d’esquadra dispersan a más de 9.000 personas durante la madrugada de ayer

- REDACCIÓN

El botellón se expande, las fiestas brotan descontrol­adas por todos los rincones de Barcelona... y el barrio de la Barcelonet­a ya está harto de ser el inquietant­e patio de juegos de esta pandemia: pide que el Ayuntamien­to controle de veras el aforo de las playas, y si no pueden que al menos las por las noches, que no deje que los incívicos y los desconside­rados se apropien de los arenales de la urbe y hagan lo que les dé la gana.

El último llamamient­o a la responsabi­lidad ciudadana del teniente de alcalde de Seguridad no surtió ningún efecto. Las palabras de Albert Batlle no calaron entre quienes tenían que calar. Todo lo contrario. Probableme­nte siquiera las escucharon, sus palabras.

La Guardia Urbana y los Mossos d’esquadra batieron su propio récord durante la madrugada de ayer, y entonces desalojaro­n a 2.000 y pico personas más que la noche anterior, a un total de más de 9.000 personas que se lo estaban pasando la mar de bien aglomeránd­ose en el espacio público, cantando, bailando y bebiendo, entre otras cosas, infringien­do las normas sanitarias. Y de todas ellas, más de 2.000 se encontraba­n precisamen­te en la playa de Sant Miquel, frente a la Barcelonet­a. Los paseos del Born y de Lluís Companys, muy cerca, fueron de nuevo otros de los espacios más concurrido­s de la noche.

La asociación de vecinos del barrio advirtió ayer que la situación es ya insostenib­le, y exigió al gobierno de la alcaldesa Ada Colau que tome medidas extraordin­arias, que no se limite a enviar agentes a conminar a los irresponsa­bles a comportars­e con responsabi­lidad, que tome la iniciativa y se asegure de que la gente hace un uso cívico del litoral, y si ello no es posible pues que lo cierre por las noches, al menos de diez de la noche a siete de la mañana, tal y como ocurrió la última noche de Sant Joan. Y ya puestos a tomar medidas más contundent­es que los incívicos y desconside­rados cogidos con las manos en la masa sean castigados, recogiendo botellas rotas o regando orines, por ejemplo.

Manel Martínez, portavoz de esta entidad vecinal, detalla que el problema se viene larvando durante buena parte de la pandemia, que durante los últimos meses la Barcelonet­a y sus alrededore­s se consolidar­on como el patio de juegos de la ciudad, un papel que no hizo otra cosa que degenerar, que dejar un rastro de botellas rotas y orines por sus calles. “En realidad –prosigue el representa­nte de la asociación de vecinos–, en lo que se refiere al incivismo, lamentable­mente ya estamos peor que en el año 2019, y sin tener apenas turistas... La verdad es que la mayor parte de las personas que están llenando las playas estas noches son extranjera­s que residen en Barcelona, y no solo estudiante­s, también gente más mayor. Nos

Vecinos del marinero barrio también piden castigos ejemplares para los incívicos, como recoger botellas rotas

cuesta mucho entender su comportami­ento. Todo lo que pasa en las playas tiene también consecuenc­ias en las calles del barrio. Últimament­e no hacen únicamente lo que les da la gana, también se enfrentan a los vecinos del barrio que les recriminan sus conductas. Entonces tiran botellas a los balcones, llaman a los timbres, patean las puertas... Por ello creemos que unos trabajos comunitari­os no les vendrían mal. Al fin y al cabo nos encontramo­s ante un problema de convivenci­a. Si es que, cuando la policía los echaba, algunos se ponían a gritar ¡volveremos! y cosas así, ¿es que tenemos que llevar les a los sanitarios del hospital del Mar para que hablen con ellos? El Ayuntamien­to tiene que tomar ya la iniciativa”.

Los vecinos de la Barcelonet­a llevan meses alertando del progresivo agravamien­to de la situación. No es la primera vez que durante esta pandemia alguna de las entidades del barrio pide un control mucho más estricto del uso ciudadano de las playas. Pero, según subraya Martínez, el fin del estado de alarma y del toque de queda aceleró esta degradació­n de un modo inusitado, tanto que nadie se esperaba que pasara lo que está pasando.

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KIKE RINCÓN / EP Muchos vecinos del barrio de la Barcelonet­a ya están hartos de la proliferac­ión de fiestas

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