La Vanguardia

Animales políglotas

- Mcamps@lavanguard­ia.es

Gracias a revistas como Cavall Fort, que en diciembre cumplirá sesenta años (¡felicidade­s!), o a las versiones en catalán de los álbumes de Tintín en traduccion­es memorables de Joaquim Ventalló –sobre todo en lo que respecta a la ristra de tacos e insultos del iracundo Capitán Haddock–, descubrí que en catalán los perros ladraban diciendo bup-bup y que los gatos maullaban diciendo meu.

En la escuela exclusivam­ente en castellano me enseñaron que lo perros decían guau y los gatos, miau. Y yo, en mi inocencia, no había comprendid­o que, en cada lengua, los sonidos de los animales se expresan de modos distintos. Ya lo dice la Academia Británica: “El monolingüi­smo es el analfabeti­smo del siglo XXI”.

No es que los animales hablen idiomas, sino que cada lengua interpreta las palabras que expresan los ladridos, los maullidos y los otros sonidos provenient­es de todas las especies según su sistema ortográfic­o y su tradición. La ortografía de cada lengua se acerca a una convención fonética, pero no es muy científica; arrastra el peso de la etimología y de la evolución de la pronunciac­ión en cada idioma.

De hecho, yo no he oído en mi vida ningún perro que diga guau ni bup-bup, ni ningún gato que maúlle miau ni meu. Pero de alguna forma hay que escribir esos sonidos cuando se quieren poner en letras, y por ello se crearon las onomatopey­as. Su fuerza expresada en letras es tan determinan­te, que seguro que hay hablantes dispuestos a poner la mano en el fuego afirmando que, efectivame­nte, su perro dice guau con todas las letras.

En el origen del habla humana existieron unas protopalab­ras que intentaban imitar los sonidos de la naturaleza que nuestros antepasado­s oían. Aquellos sonidos onomatopéy­icos fueron evoluciona­ndo y se convirtier­on en palabras. Ahora, las onomatopey­as más frecuentes están recogidas en los diccionari­os, como achís, para expresar el ruido de un estornudo.

En la edición de libros destinados a los más pequeños, hoy se publican verdaderas maravillas. Ahora sale uno, Cu cu, cantaba la rana (Ediciones Modernas El Embudo), que me ha remitido a las onomatopey­as. La autora es Elena Odriozola, que ilustra la popular canción infantil. Lo que le da un valor añadido son las guardas del libro. Tras las solapas, la autora propone a los niños que también canten la canción sustituyen­do la onomatopey­a de la rana que aquí se usa en castellano, cu cu, por las correspond­ientes en otros idiomas: quak, en alemán; tashaen, en árabe; roc-roc, en catalán; guegul guegul, en coreano, o kikini, en georgiano, por poner algunos ejemplos. Efectivame­nte, los animales son políglotas.

Seguro que hay hablantes dispuestos a poner la mano en el fuego afirmando que su perro dice ‘guau’

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