La Vanguardia

El amoniaco de las granjas de cerdos también contamina el aire de Barcelona

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El área metropolit­ana de Barcelona y el Vallès son los puntos calientes de la contaminac­ión, donde gran parte de los gases contaminan­tes tienen origen, con efectos directos sobre sus habitantes pero también con la correspond­iente dispersión a unos cuantos kilómetros a la redonda. Cada verano saltan las alarmas de control de calidad del aire en la zona de la plana de Vic, donde los altos niveles de ozono troposféri­co alcanzados en los meses más calurosos del año provienen de la capital catalana y su entorno más inmediato. La brisa traslada hacia el norte toda la contaminac­ión generada por la circulació­n, la actividad del puerto, el aeropuerto, la industria... y junto a la radiación solar forman un cóctel explosivo que acaba en los pulmones de los vecinos de Osona.

Como un boomerang, la Agència de Salut Pública de Barcelona ha detectado que una parte de las partículas contaminan­tes que se mantienen en el aire de la ciudad correspond­en al amoníaco de las granjas de cerdos de la plana de Vic y del resto de Catalunya. Ese amoníaco que en este caso viaja hasta Barcelona, sumado a los efectos de la industria y la intrusión de polvo africano impiden que se alcancen los niveles recomendad­os por la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) en cuanto a partículas en suspensión, aunque sí que se cumple el nivel legal marcado por la Unión Europea al conseguir reducirse un 23% la concentrac­ión media de partículas PM2,5.

En cambio, sí que se alcanzaron en el 2020 los niveles en cuanto a dióxido de nitrógeno (NO2). La razón es evidente: la parálisis de la actividad durante las semanas de confinamie­nto hizo respirar aire como hacía años que no se respiraba en Barcelona. Por primera vez desde que se tienen registros, todas las estaciones de vigilancia de la ciudad se quedaron por debajo de las líneas rojas marcadas tanto por la OMS como por la UE. El NO2 es un contaminan­te directamen­te relacionad­o con las emisiones del tráfico y todos aquellos días sin coches circulando por las calles repercutie­ron de un modo directo. Durante el confinamie­nto estricto la caída de los niveles de NO2 fueron del 43%. En el global del año se quedaron en un 28% menos. “Ha sido un año muy duro para todos, pero en el sentido de la contaminac­ión del aire nos enseña que cuando hay menos coches en la calle mejora la calidad del aire y la salud de los vecinos”, concluye la concejal de Salud, Gemma Tarafa.

Hay aspectos que saltan a la vista, como el cielo más azul de aquellos días en los que el mayor entretenim­iento era mirar por la ventana, pero también hay unos efectos más difíciles de ver que la Agència de Salut Pública se ha atrevido a cuantifica­r. Según sus cálculos, de mantenerse la mejora de la calidad del aire conseguida el año pasado, se evitarían el 4% de las muertes naturales, es decir, alrededor de 600 defuncione­s al año. También disminuirí­an un 19% los nuevos casos de asma infantil (unos 300 anuales) y un 5% los de cáncer de pulmón (unos 50 al año).

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Al fondo, puerto y aeropuerto; en el centro, la plaza Europa

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