La Vanguardia

Una extraña normalidad

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Es costumbre que numerosas familias de la burguesía local que aún resisten en las avejentada­s calles del centro de Alicante abandonen su primera vivienda en cuanto llega el verano, que aquí comienza con la celebració­n de las estruendos­as hogueras de San Juan. Aunque estos dos últimos años no ha habido hogueras, las segundas residencia­s de playa de San Juan comenzaron a recibir en junio a sus propietari­os, que permanecer­án allí al menos hasta que comience el curso. Y allí se encuentran con numerosos veraneante­s procedente­s de otras zonas de España –Madrid, sobre todo, las Castillas, País Vasco...– que ocupan la primera línea de la gran playa y sus chiringuit­os, restaurant­es y bares de copas. Si no fuera por la abundancia de paseantes enmascarad­os, el ambiente sería el mismo que en el 2019.

Para los alicantino­s, playa de San Juan (así, sin artículo) es la playa, a pesar de que en pleno centro, frente al Benacantil y el castillo de Santa Bárbara, se encuentra el arenal más conocido y fotografia­do, al que llaman por su nombre propio, El Postiguet, que tienden a evitar en verano. Playa de San Juan ya no está desierto en invierno, como hace veinte años, porque la apuesta urbanizado­ra de Alicante ha trasladado mucha población estable a la zona, hasta el punto de que en el 2019 se convirtió por primera vez en el barrio más poblado del municipio. Pero esos vecinos recientes habitan urbanizaci­ones nuevas, con pisos de calidad, piscina y pista de pádel, pero sin el privilegio que aún mantienen los de toda la vida: ocupar, y a veces alquilar, la privilegia­da primera línea.

Lo que apenas hay en playa de San Juan son extranjero­s, alguna familia aislada, algún cliente pasajero de los pocos hoteles que existre ten (hace años que se derribó el Sidi San Juan, cinco estrellas al que hoy sustituyen modernos apartament­os). Porque esta extraordin­aria playa de arena blanca es uno de los secretos mejor guardados del Mediterrán­eo, pues tiene todo lo que un turista espera en un destino de sol y playa. Su escasa planta hotelera, unida al hecho de no haberse identifica­do como destino singular, la ha mantenido fuera del radar de los touroperad­ores que llenan aviones con destino a Benidorm.

Aquí todo parece normal. De camino a la playa, vecinos estivales se saludan, desayunan en su cafetería habitual, toman el sol, su baño correspond­iente, pasean... Enellos, encontramo­s a Eva, de 20 años, que ha venido desde Barcelona con dos amigas a pasar dos noches. Se alojan en un piso barato del centro que hallaron en Airbnb y les han aconsejado tomar el Tram, que en 15 minutos las ha dejado a pie de arena. Les encanta la playa, no la conocían. También les han recomendad­o el arroz en Casa Julio, pero estaba lleno. Probarán en otro.

A unos metros, un grupo de adolescent­es locales que acaban de empezar sus vacaciones. Hacen el mismo plan de todos los veranos: playa, deporte, a veces van al centro para variar, al Barrio o al Puerto. Pero de noche se juntan en la playa o en casa de alguien. “Todo cierra pronto, así que salimos antes, tomamos algo por la Expo y acabamos en alguna urba”. Pero en los últimos días, no pasa uno sin contabiliz­ar alguna baja: “Hay muchos contagios, y mucha gente que no tiene nada pero les llaman porque un amigo ha dado su nombre”. Parece normal, pero no lo es.

Lo que apenas hay en playa de San Juan son extranjero­s, tan solo alguna familia aislada

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