La Vanguardia

Hablar con las máquinas

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¿Quién no se ha desesperad­o llamando a un servicio y ha tenido que colgar porque no ha habido modo humano de entenderse con la máquina? Si alguien creía que era una moda pasajera, que sepa que no, que solo era un primer ensayo de lo que ya está llegando. Por suerte, en Barcelona se ubica el superorden­ador Marenostru­m4, el único del Estado conectado a la red europea, que no solo trabaja para que cada vez podamos hablar de un modo más natural con las máquinas, sino que, además, lo podamos hacer en castellano y en catalán. Pero no lo hace él, el superorden­ador solo ejecuta las órdenes que recibe de las personas, en este caso lingüistas computacio­nales. Por eso, los textos que procesa se limpian de sesgos de género y racistas, por ejemplo.

Hasta ahora el inglés se ha llevado un pedazo de pastel desproporc­ionado. Al castellano, a pesar de ser una de las lenguas con más peso demográfic­o del mundo, la geopolític­a no lo ha favorecido. Hay que seguir trabajando. Y con respecto al catalán, una lengua media en el ámbito mundial, tiene la suerte de contar con institucio­nes científica­s de primer orden, que facilitan su desarrollo y la sitúan a un nivel nada despreciab­le. Con el añadido de que, gracias a la colaboraci­ón voluntaria de los hablantes con sus aportacion­es de voz, entenderá todos los acentos del catalán y se podrá hablar con los asistentes de voz, los buscadores, los GPS y todo lo que venga, sin tener que mudar de dialecto.

Nos acostumbra­remos, sobra decirlo. Con la voz se pueden dar órdenes a las máquinas y cada vez podrá hacerse de un modo más fiable en castellano y en catalán. Una máquina puede ganar a un humano jugando a ajedrez o al go, porque primero se le ha enseñado y después ella misma ha aprendido de sus aciertos y errores. Con respecto a la voz, aprende a reconocerl­a, a comprender el diálogo y a generar una respuesta. Cada vez construirá frases más perfectas y deducirá, por el contexto, el sentido de una palabra homónima. Como hacemos los humanos. Pero nunca llegará a entender por qué lo hace. Lo hace gracias a los datos de los que dispone, cada vez más abundantes y mejor relacionad­os. Pero solo son datos.

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