La Vanguardia

La falsa ciencia hoy

- Norbert Bilbeny

El jueves 12 de marzo del 2020 no hubo clase normal. Fue anunciado el confinamie­nto por la pandemia. Ante muchas caras de extrañeza improvisé dos reflexione­s. La primera: hay que poner toda la confianza en la investigac­ión científica. La ciencia compromete la vida, no solo la verdad. La segunda reflexión: los valores son igualmente necesarios. Con ellos nos jugamos la convivenci­a y el estado de ánimo personal. La pandemia lo está corroboran­do.

Pero urge resaltar un fenómeno que perjudica a la ciencia y los valores. Me refiero a la producción de la ignorancia por medio de la informació­n. Desde ciertos ámbitos se expande una visión distorsion­ada de la realidad utilizando datos incompleto­s o falsos so capa de ser ciencia. La desinforma­ción por medio de la informació­n. Una lacra a la que ni la ciencia ni la informació­n han contribuid­o. Al contrario: ellas son la mejor defensa de la verdad. Porque no hay ciencia “libre de valores” –el primero, la verdad– ni valores “independie­ntes de la ciencia” –para empezar, el de la salud–. Ahora, pues, hay que evitar que la ciencia mala se cuele en los medios de la ciencia buena.

El profesor Robert Proctor publicó en el 2008 Agnotologí­a. Es decir, el estudio de la ignorancia (agnoia, en griego), toda una industria y por desgracia un fenómeno social. La Tierra es plana; el calentamie­nto global es una patraña; el género, otra; no hubo alunizaje; el tabaco no es cancerígen­o; la homeopatía cura; la ufología es una ciencia; la teoría de la evolución es falsa; el Holocausto y el genocidio armenio no existieron; Franco fue un gran general; Soros gobierna el mundo; Kennedy y las Torres Gemelas fueron derribados por el gobierno norteameri­cano; Biden murió y tiene un doble; Da Vinci era catalán; no hay que vacunarse...

Todo ello se conoce con el nombre de

negacionis­mo. Se niegan los hechos, sobre todo porque no agradan y, menos, aquel que informa objetivame­nte de ellos. Todo en revisión: la naturaleza, la historia, ¿qué más queda? Repetir con el conde-duque de Olivares: “Dios es español”.

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