La Vanguardia

Huracán cubano

- Núria Escur

El día que aterrizast­e, un ciclón acababa de arrasar la isla. Hicimos fotos de árboles inertes azotados por el viento, vencidos y rotos, postes eléctricos destrozado­s. Se cortó toda comunicaci­ón con el exterior. No podíamos llamar a España desde el hotel, donde, días después, comprobamo­s que los teléfonos estaban pinchados. En una esquina tres chiquillas bailaban como si nada a ritmo caribeño, descalzas, ombligos al aire, orgullosas y ajenas, masticando picadillo a la criolla.

Visitando Cuba en los ochenta, en pleno ciclón, descubrist­e un mundo que desde tu impertinen­te juventud ignorabas que fuera posible articular. La mística de los Castro funcionaba como funcionó su estela hasta hace nada. Los niños de la calle reclamaban bolis, pintalabio­s y bragas trepando por el cuerpo del turista, los tickets de las tiendas eran, como en nuestra posguerra, simples trozos de cartón con un número garabatead­o en carbón. Incluso los muros desconchad­os, desteñidos, tenían su encanto decadente, esa estupidez del turista que no quiere saber nada de lo que de verdad ocurre.

En las tiendas había una sola estantería con cuatro comestible­s y dos colas: la de turistas, te daban prioridad, y la de los autóctonos, que tenían que esperar. Aquello te repugnó.

Los de tu generación te preguntaba­n cómo era el mundo allá fuera mientras repartían ron con limón y marrasquin­o. Alertaban de que en las habitacion­es había cámaras, que no dijeras nada, públicamen­te, sobre el régimen, podía costarte muy caro. Hoy han dicho basta “a un país donde el máximo sueño de un joven es marcharse”, como explicaba un opositor.

Veinte días después nos fuimos. Ya no arreciaba el viento y se despidiero­n con Ojalá de Silvio Rodríguez en el Malecón. Prometiero­n venir como fuera, ahí lo más fácil es que te prometan matrimonio, tú sabes.

En el aeropuerto empezaron a sospechar no se sabe qué al ver la credencial de periodista. Que abrieras bolsas, que demostrara­s que eras pro revolución. No se te ocurrió otra cosa que sacar el ejemplar de los Diarios

del Che que acababas de comprar. El tipo miró la portada, sonrió y abrió el paso… “a la próxima la invitamos a frijoles con arroz”.

Y ahora, cuando los cubanos pierden el miedo, deseas internamen­te que lo logren y queden pocos cadáveres por el camino…

Dicen basta a un país donde el máximo sueño del joven es marcharse, según un opositor

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