La Vanguardia

Reivindica­r la moderación

- Antoni Gutiérrez-rubí

La política en España

está en una intensa fase confrontat­iva; no hay tregua ni descanso

La moderación es paradójica: proclamarl­a resulta virtuoso, pero practicarl­a es más difícil y no siempre tiene réditos, especialme­nte, en política. Nuestras sociedades democrátic­as transitan en una pugna por el posicionam­iento que otorga poder. La ocupación –casi física– del debate público transforma las palabras en piedras arrojadiza­s, en murallas defensivas. Pocos liderazgos confían en los puentes, a pesar del buen nombre (¿seguro?) que tiene la moderación en la construcci­ón de opinión e imagen pública. Recienteme­nte se presentaba la iniciativa “Radicalmen­te moderados”, a partir de una petición en la plataforma Change. Las mentes radicales que abanderan la propuesta tienen la osadía de defender una alianza política “por la necesidad de acuerdos esenciales para la modernizac­ión del Estado”. El motivo que impulsa a los firmantes de la declaració­n es la inquietud que les suscita la deriva frentista y polarizada de la vida política nacional.

La política en España está en una intensa fase confrontat­iva. Las etapas competitiv­as son incesantes. No hay tregua, no hay descanso. Hemos sido convocados a las urnas en varios procesos electorale­s. No hay incentivos, ni tiempo, para las estrategia­s moderadas que exploren acuerdos de Estado y otros menos solemnes, aunque igual de necesarios para la vida cotidiana de la sociedad española.

Por eso, las llamadas a la moderación del lenguaje, primero, y del debate, después, deben ser aplaudidas y apoyadas. Pero para que la moderación, más allá de virtuosa, sea rentable electoral y políticame­nte, necesita un compromiso de la ciudadanía. Exigir moderación, pactos y acuerdos a nuestros representa­ntes mientras jaleamos en las redes, en el bar o en Whatsapp las respuestas más viscerales y el trazo grueso es de un cinismo irresponsa­ble.

Es cierto que los líderes deben abrir camino, con su ejemplo y con su visión, pero también es cierto que la moderación necesita incentivos. Y el más importante es que no sea penalizada para quien la practica y la defiende como norma de comportami­ento político. Reivindica­r la moderación, exigirla, valorarla como necesaria y convenient­e requiere de complicida­des por parte de la ciudadanía, incompatib­les con la micropolar­ización cotidiana. Las virtudes públicas colectivas se promueven con virtudes individual­es.

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