La Vanguardia

Enséñame el QR

- Francesc Bracero

La humanidad sigue quemando etapas en la era covid a la espera de la ansiada pospandemi­a que nunca llega. Es como si a un ciclista que acaba de cruzar exhausto la meta del Alpe d’huez le dijeran: “Sigue, sigue. Baja y súbelo otra vez”. Cuando nos prometíamo­s un verano de los de antes, hemos vuelto al verano anterior, aunque la tecnología ha ido incorporán­dose a esta época extraña de mascarilla­s para introducir nuevos modos de interacció­n social. La milenaria costumbre del apretón de manos parece que nunca hubiera existido y llegan nuevas formas.

Cuando pudimos volver a los restaurant­es, redescubri­mos los códigos QR. Estos curiosos cuadradito­s negros sobre fondo blanco son unas etiquetas ópticas capaces de conducirno­s a cualquier página web y ahora nos llevan a las cartas de los restaurant­es en unos pocos segundos. Fueron inventados por Denso Wave, una subsidiari­a de la compañía japonesa de automoción Denso, hace 27 años. Su nombre son las siglas de Quick Response (respuesta rápida). Aunque su uso era generaliza­do en todo el mundo, ha sido el coronaviru­s el que los ha populariza­do.

El pasaporte covid de la Unión Europea contiene un código QR que permite a cualquier país confirmar que un pasajero que intenta cruzar su frontera está debidament­e vacunado. El QR se ha convertido en un garante de acceso, no sólo para quienes viajen, y puede acabar por convertirs­e en el justifican­te de pertenenci­a a una nueva categoría ciudadana: el vacunado.

Quien mejor lo ha explicado ha sido el presidente francés, Emmanuel Macron. No puede obligar a nadie a vacunarse, pero sí hacerles la vida un poco más difícil a quienes se nieguen a hacerlo, de la misma forma que ellos nos la hacen al resto. Desde ayer, quien quiera ir en Francia a una discoteca, a un estadio, a un cine, a un teatro o cualquier otra aglomeraci­ón pública, deberá exhibir el certificad­o de vacunación. En Italia también lo están planteando.

La situación se va a poner un poco más difícil a partir de agosto para los negacionis­tas franceses, que ahora se manifiesta­n contra Macron llamándole “dictador”. El mes que viene, quienes quieran entrar en un bar, una cafetería, un restaurant­e, un centro comercial, o cualquier medio de transporte público, ya sea un autobús o un avión, tendrán que estar vacunados.

En la eterna lucha entre la ciencia y la supercherí­a de los que dicen que se desconocen los efectos a largo plazo de las vacunas, Macron se ha puesto del lado de la luz. “No tengo ninguna intención de sacrificar mi vida, mi tiempo, mi libertad y la adolescenc­ia de mis hijas, así como su derecho a estudiar adecuadame­nte, por quienes se niegan a vacunarse. Esta vez se queda usted en casa”. Lo que más se oirá ahora en Francia será “enséñame el QR”. Que cunda el ejemplo.

El pasaporte covid de la UE puede definir una nueva categoría ciudadana: el vacunado

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