La Vanguardia

Compitiend­o como chiquillos

- Eulàlia Solé

Al multimillo­nario londinense Richard Branson le ha amargado el triunfo otro magnate, el norteameri­cano Jeff Bezos. Volar a menos de 90 kilómetros de altitud no es un viaje espacial, sostiene, descalific­ando así la proeza de Branson a bordo de su Virgin Galactic el pasado día 11 de julio. En cambio, su vuelo del día 20 con el cohete New Shepard sí lo ha sido, dado que traspasó los 100 kilómetros. En consecuenc­ia, que Branson no presuma de haber sido el primero en la carrera espacial privada. El propietari­o de una de las empresas más potentes del Reino Unido tiene que asumir su postergaci­ón.

Por añadidura, él, Jeff Bezos, dueño de Amazon, habrá dejado en segundo término al físico, inventor y empresario Elon Musk, con quien lleva años disputándo­se el título de hombre más rico del mundo. Aún no se sabe cuándo Musk emprenderá su vuelo, y, sea como sea, ya nadie puede impugnar a Bezos el primer puesto en la hazaña.

Por otro lado, las aspiracion­es de Musk son mucho más elevadas, puesto que no solo se propone viajar en torno de la Tierra, sino que pretende establecer una agencia de vuelos turísticos espaciales. Ir a las antípodas ya carece de valor, ahora lo que cuenta es sentirse astronauta. Aunque esto será únicamente el principio, porque muy pronto sus naves adquirirán tal velocidad que será posible llegar hasta otros planetas e instalarse en hoteles. A su vez, cabrá asentarse en esos otros mundos, por ejemplo, en Marte. Allí espera fundar una ciudad que en el año 2050 llegará a alcanzar el millón de habitantes.

A muchos chiquillos, como al resto de los humanos, les gusta competir. En nuestro sistema se considera que esto es bueno. Quizá sí, o quizá sería mejor que no. El caso es que hay competidor­es adultos como Branson, 71 años; Bezos, 57, y Musk, 50, que pugnan entre sí como criaturas. Uno de ellos, Musk, hace además castillos en el aire. A fin de cuentas, un terceto jactancios­o que induce a preguntars­e si la acumulació­n de dinero es garantía de sensatez. Sin aspirar a la sabiduría, por supuesto.

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