La Vanguardia

Verde que te quiero verde

- Carles Mundó

Lo verde está de moda, y no es para menos. En pocos años, la conscienci­a sobre el cambio climático ha ido en aumento en las sociedades más desarrolla­das y, cada día a ojos de más gente, la emergencia climática parece una obviedad, porque la naturaleza no deja de ofrecernos ejemplos que nos tocan cada vez más de cerca. Lo notamos en las estaciones del año, donde la primavera y el otoño se desdibujan para quedarnos solamente con el verano y el invierno. Y todos los pronóstico­s apuntan, especialme­nte en nuestras latitudes, que los problemas de sequía van a ser cada vez más frecuentes. Sin ninguna duda, el cambio climático transforma­rá nuestra economía y nuestra sociedad. Basta con imaginar el impacto que van a tener las migracione­s provocadas por causas climáticas, que la ONU cifra en mil millones de personas en los próximos cincuenta años.

Las inundacion­es de estos días en el centro de Europa, que han dejado cientos de muertos en Alemania y Bélgica por la súbita crecida de los ríos tras unas lluvias torrencial­es, son un síntoma de lo que se avecina. No se trata de ser apocalípti­cos, pero los datos sobre la temperatur­a del planeta y el deshielo de los polos hablan por sí solos. En un clima mediterrán­eo como el nuestro hemos aprendido a vivir con la escasez de agua, y los incendios forestales –que estamos sufriendo especialme­nte este verano– forman parte de nuestra fatídica realidad, pero el cambio climático también agrava esta situación. Se dice que los incendios se apagan en invierno, con un uso sostenible del espacio natural y manteniend­o los campos de cultivo. La regresión de la actividad agrícola y el despoblami­ento de una parte del territorio pueden parecer algo inocuo, pero tienen una incidencia considerab­le para el conjunto. Si no sabemos valorar la importanci­a de un sector primario arraigado en el territorio, que cuide de él, estamos cometiendo un error irreparabl­e.

Una evidencia de la creciente sensibilid­ad social en torno a la emergencia climática la vemos en la forma en que muchas compañías globales se presentan a la sociedad. En un tiempo récord, han orientado sus estrategia­s comerciale­s y publicitar­ias para satisfacer y empatizar con sus potenciale­s clientes a partir de incorporar un sinfín de conceptos, todos ellos relacionad­os con una supuesta sensibilid­ad con el futuro del planeta. Sin embargo, demasiadas veces, la distancia entre el mensaje y la realidad es considerab­le. Ahora todo es verde, todo es ecológico, todo es sostenible, todo es bío y todo es orgánico. O por lo menos eso nos cuentan.

En un estudio de la Organizaci­ón de Consumidor­es y Usuarios sobre la forma de consumir en España, un 70% de los ciudadanos dice que realiza sus compras teniendo en cuenta criterios éticos y sostenible­s. Esta constataci­ón agudiza el interés de las marcas para hacer su particular lavado de imagen verde, que se conoce como el greenwashi­ng, un concepto acuñado por primera vez en EE.UU. en la década de los ochenta del siglo pasado para transmitir su supuesta preocupaci­ón por el medio ambiente y, sobre todo, para diferencia­rse de sus competidor­es, blanqueand­o la imagen.

Demasiadas veces, las bondades que se esconden tras el mensaje no son reales. Utilizan un lenguaje ambiguo y confuso, con imágenes verdes y evocadoras, que convencen al comprador de estar adquiriend­o un producto bueno para él y bueno para el planeta. Lo que nunca se cuenta son los costes ni los efectos que tiene sobre el planeta la manufactur­a del producto. Además, a menudo se ilustran las virtudes verdes con datos que no son verificabl­es. Un ejemplo paradigmát­ico de esto lo encontramo­s con el escándalo del algodón orgánico, que no se somete a tratamient­os químicos ni se altera con otras materias. El algodón orgánico representa menos del 1% de la plantación total de algodón en el mundo, pero los gigantes de la industria textil aseguran emplearlo en porcentaje­s que rozan el 100%.

En coherencia con la necesidad de afrontar la emergencia climática, los fondos de recuperaci­ón que activa la UE para paliar los efectos de la pandemia centran sus prioridade­s en la economía verde y en nuevos modelos productivo­s. Entre otros muchos y necesarios objetivos, se pretende reconverti­r la industria automovilí­stica, generaliza­ndo el uso del coche eléctrico, y se quieren potenciar las instalacio­nes de producción de energía limpia. Esperemos que todo esto vaya en serio y no sea un greenwashi­ng a gran escala para limpiarse la cara y la conciencia en el que se cambie todo para que todo siga igual.

Ahora todo es verde, ecológico, sostenible, bio y orgánico; o por lo menos eso nos cuentan

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