La Vanguardia

Dioses eléctricos

- Clara Sanchis Mira

Desde que los dioses eléctricos han establecid­o unos horarios para su expolio eterno, en casa hacemos tiempo para poner la lavadora. Y todo lo demás. Hay que esperar hasta medianoche. Es una suerte que estos días oscurezca tarde, no sería raro que en invierno se agotasen las existencia­s de velas por ahí. Como de costumbre, los usuarios de a pie, superados por un chorreo de asuntos ininteligi­bles cotidianos y mundiales, no entendemos los detalles de este escandalos­o tema, que rueda de un gobierno a otro, como un designio celestial. Bastante que tengamos lavadoras. El caso es que sabemos que la electricid­ad nos cuesta un ojo de la cara, como siempre, pero batiendo récords. Justo el pasado martes celebramos el segundo precio más alto de la historia. Fiesta nacional. Hicimos unos bailes alrededor del fuego y sacrificam­os un pollo. Esta noticia y la del estreno del misil de crucero hipersónic­o ruso, capaz de volar siete veces más rápido que el sonido, quizás sean los acontecimi­entos más psicodélic­os de la semana, sin que estén relacionad­os entre sí, que se sepa.

En lo que se refiere al escopetazo de la factura de la luz, se conoce que ha sido provocado por “cambios de costes reguladore­s, actualizac­ión de peajes con nueva estructura por periodos de tarifa de acceso 2.O.T.D”. Más claro, agua. O sea, 2.O.T.D. y no, por ejemplo, 2. Z.R.S, menos aún 3 RSOCTUCTUC. No. Ni CHOP. Es 2.O.T.D, simplement­e. Lo hemos leído en las pequeñas y borrositas letras de la elegante carta que nos ha enviado nuestra compañía eléctrica, con dibujos de quesitos en tres colores –azul turquesa, amarillo y naranja– que vienen a explicar que lo mejor que puedes hacer es dejar de lado la estúpida idea de dormir de noche y desarrolla­r el potencial eléctrico de tu vivienda antes del amanecer. Si enciendes el horno de 10 h a 14 h, estás muerto. En casa no hemos dudado en adaptar con diligencia nuestra vida al nuevo mandato horario.

Así, ahora, a medianoche empieza la verdadera vida doméstica, su insomne esplendor. La actividad inunda el hogar y lo enciende, como un club de carretera. Es el momento de secarse el pelo, poner el lavavajill­as, pasar el aspirador, hacer rosbif y, sobre todo, tocar la guitarra eléctrica. Nuestro propio follón nos impide saber si los vecinos hacen lo mismo, pero creemos que sí. A veces, nos parece notar los ecos de un centrifuga­do extranjero. Al Gobierno, lo esperamos.

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