Warner se monta otra fiesta
En 1996, en Space Jam, los de la Warner tuvieron la idea de celebrar el universo de los Looney Tunes hermanándolo con otra gloria nacional, el baloncesto norteamericano, y mezclando personajes de animación con otros de carne y hueso, como Michael Jordan, protagonista de la fiesta. Ocho años antes, Steven Spielberg, como productor, ya había hecho algo parecido en ¿Quién
engañó a Roger Rabbit?, en esta ocasión usando las iconografías del cine negro como motor narrativo. En el 2003, la Warner atacaría otra vez con Looney Tunes: De nuevo en acción. A veces hay que hacer caso a los franceses y convenir en que la política des auteurs, donde el director es siempre la estrella, es meridianamente razonable, pues resulta que Space
Jam, dirigida por un tal Joe Pytka, era a todas luces mediocre, mientras que ¿Quién engañó a Roger
Rabbit? y Looney Tunes: De nuevo
en acción, firmadas por dos cineastas de talento, Robert Zemeckis y Joe Dante respectivamente, eran, son magníficas.
Doctrina cahierista en ristre, uno ya podía intuir que de un cineasta tan gris como Malcolm D. Lee poca sustancia se podía esperar. Este nuevo Space Jam, repetición de la jugada ahora con Lebron James, es en efecto una obra de corta estatura artística. Su trama se centra en un partido de baloncesto entre criaturas pintorescas jugado en el interior de un videojuego, que ocupa la segunda hora de función. Lo mejor está en su centro, cuando los Looney Tunes, antes de ser digitalizados (actualizados para el público barbilampiño del siglo XXI), aparecen con sus trazos artesanales clásicos y protagonizan algunos momentos placenteros. Lo peor: la píldora didáctico-sentimental que nos tenemos que tragar sobre las relaciones entre Lebron y su hijo. Por lo demás, no deja de ser vistoso el aluvión de iconos y películas de la cultura popular que inundan el espectáculo (de King Kong a Superman o Austin Powers, de Casablanca a Matrix…), similar al de la extraordinaria
Ready player one de Spielberg.